Número
29 | Julio-diciembre, 2019 | ISSN 1870-5308
ã
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Instituto
de Investigaciones en Educación |
Universidad Veracruzana
Género,
masculinidades y educación superior en México. Un estado de la cuestión[1]
Gender, Masculinities and Higher Education in Mexico. A
State of Affairs
Mauricio Zabalgoitia
Herrera
Recibido: 2 de mayo de 2018
Aceptado: 9
de agosto de 2019
Resumen: Este trabajo
parte de un interés por las relaciones entre educación superior, género,
cultura e historiografía en México. Su finalidad es mostrar cómo se configura
un campo dinámico de estudios de masculinidades, atento a la educación
superior, pero en diálogo con lo cultural y lo histórico. Bajo la forma de un
estado de la cuestión crítico, inicia con un repaso por trabajos pioneros del
feminismo y con perspectiva de género hacia la educación superior. Después se
centra en estudios sobre género, cultura e historiografía desde los que se
construye una idea amplia de educación, cerrando el círculo con aportaciones que,
desde las masculinidades, como expresiones culturales e históricas, derivan en
aspectos de la educación superior. Al final se destaca un campo en construcción
que, a pesar de avances y resultados, debe insistir en el papel de las
masculinidades dentro de procesos de inequidad, violencia, injusticia, entre
otros aspectos de género.
Palabras clave: Género; Masculinidades;
Educación superior; Cultura; Historiografía.
Abstract: The starting point
of this work is the interest in relations between higher education,
gender, culture and historiography in Mexico. Its purpose is to show how it
built a dynamic field of studies of masculinities, linked to higher education
but in dialogue with culture and history. Under the form of a critical state of
affairs it starts with a review of pioneering works on feminism and gender
perspective with interest in higher education. Then it focuses on studies on
gender, culture and historiography from which a broad idea of education is
built. The circle closes with contributions from masculinities as cultural and
historical expressions that derive in aspects of higher education. At the end,
a field under construction stands out, which despite advances and results, must
insist on the role of masculinities within processes of inequality, violence,
injustice, among other gender issues.
Keywords: Gender; Masculinities; Higher Education; Culture;
Historiography.
Punto
de partida
En este trabajo se lleva a cabo un repaso por alguna bibliografía
destacada, remarcando definiciones, enfoques y debates que la sustentan, con el
objetivo de complejizar las relaciones entre educación superior, género,
cultura e historiografía en México. La finalidad principal radica en mostrar
cómo desde esta confluencia se ha venido configurando un campo de estudio de
género en términos de masculinidades, cuya perspectiva y enfoques abordan a la
educación superior, pero entablando diálogos nutridos con fenómenos de la
cultura, así como con puntos de vista historiográficos. A decir, la sugerencia
es mostrar cómo el campo de las masculinidades en México se configura desde la
interdisciplina y una diversidad de intenciones académicas, metodologías y
movimientos epistémicos, logrando, sin embargo, una remarcada especificidad de
trabajos que se aproximan a problemas de la educación superior, tocando
cuestiones de políticas, matrículas, equidad, representación, acceso al
conocimiento, estructura de las IES, temas de investigación, etc. A estos
espacios es a los que se les cuestiona acerca del papel de los hombres, sus
roles, discursividades, creencias, prácticas, etc. Ahora bien, frente a una
enorme variedad de temas y realidades que al día de hoy abordan los estudios de
las masculinidades –por ejemplo desde la sociología—, y que sin duda participan
de tal construcción, en este recorrido primamos investigación que desde las
humanidades o las ciencias sociales ha intercalado las esferas nombradas:
género, cultura e historiografía.
En términos metodológicos, este trabajo adquiere la forma
de un estado de la cuestión crítico, ya que selecciona materiales
representativos y los lee bajo la visión de un marco más amplio de labor
investigativa, con la que se pretende, a su vez, remarcar puentes entre el
estudio de las masculinidades y de la educación superior desde definiciones,
procesos y temas que surgen de problemáticas que son a la vez de género y
cultura. Con esto, hay que remarcar cómo dicho campo de estudio de las
masculinidades, desde el enfoque aquí primado, parte del feminismo, en primer
lugar, así como de la posterior instauración de perspectivas de género en una
diversidad de trabajos que terminan por mirar a la educación superior. De forma
complementaria, a su vez, de intereses por dimensiones híbridas de la cultura o
por historiografías diversas, en donde también se nutre de una noción amplia de
educación –a la vez formal y no formal, cultural o de la vida cotidiana, p. ej.–.
Ésta se revela, asimismo, como un tema clave de los enfoques de género. El
círculo se cierra, pensamos, con unos estudios de las masculinidades que
entrecruzan prácticas culturales con momentos significativos de la historia,
destacando en este entramado la educación superior como una esfera fundamental.
El trabajo se estructura a partir de estos movimientos.
En la línea planteada, ya en un texto inaugural de los
“estudios de los hombres”[2] en México, Daniel Cazés
(1998) auguraba cómo el cometido radicaba en construir una “metodología de
género en los estudios sobre la condición masculina, sobre hombres concretos en
momentos históricos concretos y en sociedades y culturas concretas” (p. 108).
Para él, llegaría un momento en el que se contaría “con un número importante de
estudios sobre hombres, algunos de los cuales también se refieren a las estructuras
sociales y culturales de nuestras relaciones con las mujeres”. Y tendría que
llegar, igualmente, un punto de reflexión en cuanto a las implicaciones de esos
trabajos en los estudios de género en sí, en las metodologías, en las políticas
y en las distintas disciplinas (p. 109). Por ello es que pensamos que desde la
confluencia de campos y esferas planteada pueden revelarse nuevas claves para
el estudio de la cuestión mexicana, concebida como una suma de experiencias a
priori educativas. En esta línea, además, consideramos que las relaciones y
contactos entre la educación superior y los fenómenos de la cultura, en donde
la universidad adquiere un remarcado protagonismo, pueden ser abordados como
puntos nodales de producción de significados en términos de una perspectiva
sexo/género que sitúe a los problemas del hombre, de lo masculino y de las
prácticas de masculinidades en el centro. Y con ello cuestiones ligadas al
poder, a la puesta en marcha de rituales y normas que siguen condicionando
vidas y experiencias, al modo en que aún operan instituciones, políticas y
proyectos culturales o educativos, etc.;
a decir, en la producción sin precedentes que en esta convergencia se
lleva a cabo de subjetividades, identidades, relatos, imaginarios, discursos y
textos –del hombre, de la mujer, de la mexicanidad, de la ciudadanía, de la
cultura, pero también de la educación y la formación profesional como procesos
creadores y en construcción– parece casi imposible que una determinante tensión
de género –dejada como secundaria en algunos estudios– no se conciba como
esencial. El recorrido por los trabajos seleccionados en este estado del arte
crítico busca remarcar las claves para dicha posibilidad.
1 Estudios con perspectiva de
género en México: del feminismo a la educación superior
Con la llegada del feminismo de la segunda ola aparecen
textos fundacionales en diversas áreas de la academia mexicana. En términos
generales, estos abordan una diversidad de espacios y temas no ya sumando la
categoría de género a sus campos de estudio o temáticas, sino abordándolos
desde abiertas y marcadas perspectivas de género.[3] En este movimiento,
Graciela Hierro publica De la
domesticación a la educación de las mexicanas en 1990, trabajo en el que acomete una revisión crítica
de los diversos imaginarios a los que la domesticación del patriarcado mexicano
condena a las mujeres, sea en la esfera de lo público o lo privado, y así
también en los espacios formales de instrucción. En 1994, Brígida García y
Orlandina de Oliveira dan a conocer Trabajo femenino y vida familiar en
México, en donde se combinan instancias cualitativas y cuantitativas,
llevándose los datos de la entrada de la mujer al mundo laboral a una crítica
de la división sexual del trabajo en México. Susana Lerner e Ivonne Szasz, por
su parte, en Sexualidades en México: algunas aproximaciones desde la
perspectiva de las ciencias sociales (1998), resignifican la noción de
sexualidad en el ámbito mexicano, mostrando su conexión con espacios más
amplios del tejido social, así como con los significados que los diversos
sistemas ponen en marcha. Por último, y por mostrar sólo una pequeña parte de
la variedad de enfoques que la llegada de los estudios de género tiene en la
universidad, es inevitable hacer referencia al texto de Marcela Lagarde, de 2003, Los cautiverios de las
mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, donde una diversidad
de imaginarios y estereotipos ligados a la mujer evidencian las estrategias de
opresión de los modos vigentes del patriarcado mexicano, así como de los
hombres y sus prácticas de masculinidad.
En el contexto específico de la educación superior en el
país y el género, aportaciones de carácter sociológico ligadas a políticas
estatales y a estadísticas generadas por espacios gubernamentales, civiles o de
observación internacional aterrizan en cuestiones relacionadas con los
lineamientos de dichas políticas, los énfasis de género que las han propiciado,
las intersecciones entre proyectos, entre otros temas y problemas. En esta
línea podemos nombrar el pionero trabajo de Rodríguez Gómez (1999) acerca de
las relaciones entre género, política y educación superior. En cuanto a la
relación entre la dimensión social de género y el poder en el ámbito de la
educación superior, podemos nombrar la propuesta de Verea (2005). En el caso
específico sobre la incidencia y presencia de las mujeres en la educación
superior, el trabajo de Garay y del Valle-Díaz-Muñoz (2012), entre otras.
Destaca, finalmente, el trabajo de aproximación al estado del conocimiento sobre
los diversos estudios de género y educación superior que han realizado Ramírez
y Bermúdez (2015).[4]
Ahora bien, en cuanto a temas específicos de feminismo y
género en el ámbito de la educación superior queremos destacar algunos trabajos
en los que resaltan debates que fueron esenciales, muchos de los cuales aún
poseen vigencia. Así, en 1997 Eli Bartra publica un
representativo trabajo, Estudios de la mujer. ¿Un paso
adelante, dos pasos atrás?. En éste, la autora reconstruye
discusiones ligadas a las relaciones y rompimientos entre el feminismo y los
estudios sobre la mujer, pero planteando la evolución de estos en el ámbito de
la educación superior en México y las problemáticas que de ahí se derivan.
Asimismo, acerca de los debates feministas dentro de la academia,
específicamente de las definiciones y distinciones entre mujer y género, la
burocratización de los programas, su institucionalización y evaluación
(p. 201), así como el lugar del hombre y de lo masculino en este entramado. En
cuanto a la institucionalización, la autora da cuenta de los diversos procesos
por los que ha pasado el movimiento feminista en México desde su aparición en
los años setenta. En un recorrido que se traza contrapuesto a los grandes
eventos internacionales, lo interesante, desde la perspectiva de la historia de
la educación superior en México, radica en los cuestionamientos acerca de cómo
desde las instancias internacionales y nacionales se pusieron en duda la
pertinencia y los posibles peligros derivados de que el feminismo entrara o no
a las instituciones universitarias (Bartra, 1997, p. 202). Es decir, cómo se
desligaron desde posiciones institucionales los derechos de la mujer y los
avances en este terreno de la idea en sí del feminismo y la noción de género
como tal: “En aquellos primeros años del movimiento de liberación de la mujer
se pensaba […] que el hecho de que el feminismo entrara en alguna institución
iba a pervertir los principios por los que se luchaba […]” (p. 202). Se temía,
con esto, la institucionalización y la pérdida del carácter revolucionario del
movimiento. Bartra se centra en el problema de la buro-cratización
de los estudios de género en sus diversas derivas en el seno de la educación
posterior, y en este contexto no sólo se pregunta por el peligro de la sis-tematización e institucionalización, sino sobre el
riesgo de estas cuestiones hacia el interior de las áreas académicas.
Décadas después sabemos cómo la entrada del feminismo en
la academia y universidad generó la apertura de espacios, reveló problemas que
habían sido institucionalmente borrados y estableció claros llamados de
atención acerca de violencias, desigualdades y prácticas que si bien se
perpetúan en modos diversos, han provocado debates, lugares de estudio,
resistencia y transformación. El trabajo de Bartra nos permite pensar el
presente desde el pasado, mostrando con esto aspectos que siguen vigentes, y
sobre los cuales se podría trazar una genealogía crítica. Ahí destacan las
nociones “mujer” y “género” como articuladoras de conocimiento en el ámbito de
la educación superior. Ahora, si bien en el momento del trabajo de Bartra la
cosa iba acerca de la pertinencia del uso de una u otra, situándose en una
posición intermedia a la hora de dar entrada a los estudios del hombre y de las
masculinidades, pero respetando los espacios ganados acerca de programas y
líneas de investigación de la mujer exclusivamente (p. 205), al día de hoy nos
invita a reflexionar sobre la diferencia que existe entre incorporar categorías
de género en los objetos o estudiar a éstos desde perspectivas de género
“duras”. También en cuanto a la necesidad de mantener espacios sólo para el
estudio de las mujeres desde todas las perspectivas del conocimiento. Para
Bartra, no hay que olvidar que estos estudios nacieron, sobre todo, para hacer
visibles la historia, posición y aportación de las mujeres; y en el caso que
más le ocupa, para revertir los puntos de vista machistas en los propios
pilares del quehacer y conocimiento académicos. Por eso, para ella, el
feminismo es instancia articuladora esencial.[5]
En otro trabajo, las
autoras Dulce Ramírez y Flor Bermúdez, ya en 2015, presentan un estado del
conocimiento acerca de los estudios de género en educación superior. En éste
describen y analizan textos representativos dados a conocer entre el 2005 y el
año de la publicación del estudio, centrándose, sobre todo, en artículos publicados
en revistas indexadas, siendo su objetivo remarcar los avances y
limitaciones en dicho campo del conocimiento. Su petición final tiene que ver
con una actualización de los marcos teóricos y metodológicos, además de la
definición de nuevas líneas de investigación. Para ellas, la perspectiva de
género en la educación superior constituye un campo aún en construcción;
además, al igual que otras voces, argumentan que no todos los estudios sobre la
mujer constituyen una aportación a los estudios de género. Tras el necesario
repaso por la noción de género en México y la mención de aportaciones
fundamentales en sus estudios, como los de Judith Butler (principalmente El
género en disputa, 1990), se centran en algunas aportaciones de estudiosos
dedicados al campo de la educación desde una perspectiva de género en un ámbito
no sólo mexicano. Así, resumen que entre los temas se encuentran los procesos
de enseñanza y aprendizaje, el rendimiento académico, los contenidos
disciplinares, la escolarización, el currículo, los modelos educativos, los
roles de género, el sexismo, el profesorado, etc. (Ramírez y Bermúdez, 2015, p.
92). Como puede verse, no es tomada en cuenta una perspectiva historiográfica
que acometa un entrecruce entre educación superior, género, y la conformación
de proyectos culturales y educativos desde una historiografía crítica. Si bien,
es importante remarcar su delimitación en tres ámbitos centrales: la
implicación de las teorías feministas, la pedagogía crítica y la teoría
sociocultural. De este trabajo rescatamos la apertura de la noción de género
para situar debates no sólo en los lindes de la educación formal, sino en
ámbitos interdisciplinarios y en términos de educación no formal e incluso
cultural.
Ahora bien, más allá de los compendios bajo la forma de
estados del arte, a continuación presentamos un breve repaso por algunos textos
que resultan representativos e incidentes no sólo por los debates que plantean,
sino por configurar el campo de los estudios de género en México, con miras a los
estudios del hombre y de las masculinidades. Para empezar, destacamos el de Cristina Palomar, quien publica en 2005
un trabajo titulado “La política de género en la educación superior”. En éste
acomete un excelente entrecruce de lo que terminará por llamarse perspectiva de
género y los diferentes aspectos que involucran su relación con el ámbito de la
educación superior, aunque buscando ligar a las “instituciones de educación
superior” (IES) con la esfera del poder, ahí en donde ambas organizan relaciones, prácticas y discursos de la vida social; en
éstos, “cristalizan las representaciones imaginarias de los hombres y las
mujeres en una comunidad determinada y […] se puede observar al poder en su
doble dimensión de dar sentido y crear sentido” (Palomar, 2015, p. 8). En lo que concierne al objetivo de este
texto, consideramos que el trabajo de Palomar adquiere una especificidad sin
precedentes en tanto que logra establecer una lectura de las IES como
estructuras específicas de poder; en estas se genera una particular “cultura
institucional de las universidades” (2015, p. 8, las cursivas son del
original). Esta aportación sin duda abre el estudio de la educación superior a
un espectro de género que va del feminismo a las masculinidades, ya que en su
recorrido repasa la historia reciente de los logros institucionales en términos
estatales, administrativos y universitarios, tomando en cuenta tanto los logros
de las mujeres como lo ejercido desde los espacios de masculinidad. De este
amplio recorrido, aquí nos concentramos en los significados que se ponen en
marcha desde los avances: diversidad, tolerancia, diferencia (o diferencias de
género), etc. (p. 10). Más adelante, a la hora de hacer la pregunta “¿Qué
significa incorporar la perspectiva de género en la educación superior”? (p.
11), Palomar recurre a la cuestión central que se ha perfilado desde lo
académico, lo social y lo político; la de “equidad de género” (p. 11). Y lo
hace llevando esta noción a los siguientes significados de la vida
universitaria: el demográfico, el de la producción de nuevas áreas académicas,
el institucional y el epistemológico (p. 12).[6]
Específicamente mirando a las masculinidades, en el trabajo de Palomar destaca una
denuncia en cuanto a cómo la gran mayoría de los académicos (varones) han
seguido ignorando los productos científicos del feminismo. También cómo este
adquirió carácter de ghetto, en parte porque algunas feministas se
negaron a aceptar los marcos de trabajo de los estudios de los hombres (p. 15).
Para la autora, el feminismo académico ha tenido dificultades a la hora de
cruzar el “cinturón protector” (p. 15; cursivas del original) de
los programas científicos, espacio en donde destaca la pugna entre las ideas
científicas abstractas y la lucha social por el poder entre hombres y mujeres.
Esta cuestión, y desde el punto de vista que nos interesa, plantea para Palomar
un debate entre “dominio de la materia” y la “competencia”, así como de un
“cuerpo uniforme e inviolable de pautas profesionales y de una figura única, la
masculina, como representación del profesional” (p. 17). Esto no hace sino
sugerirnos que más allá de décadas de estudios de género, de logros y ascensos
en términos de equidad, de producción académica, el campo universitario se
constituye y se ejerce como un bien masculino, que actúa a su vez desde una
discursividad de hombres. De esta misma forma, y en complicidad, se constituyen
otros campos de poder, como el intelectual y el de la gran mayoría de
profesiones cuya incidencia creadora es de alto rango epistémico e involucra lo
racional.[7]
La suma de significados que la autora propone nos resulta esencial en cuanto a
que dichos espacios, sentidos, reglas, cinturones y límites se negociaron en
algún momento de la historia y genealogía de las IES y del campo universitario.
Esta es, pensamos, una labor faltante en la historia de la universidad en
México, que, desde una marcada perspectiva de género, estudie cómo el discurso
masculino, sus redes, discursos y cotos epistémicos de poder construyeron el
entramado universitario y sus sentidos, y cómo lo han ido manteniendo y
heredando. Para responder a la problemática masculinizante de las IES, la
petición de Palomar no puede ser más explícita: hay que introducir la
diferencia sexual para entender la manera en que se construye la desigualdad en
ámbitos muy específicos (p. 19), como el del campo universitario.[8]
Para la autora, las instituciones, como “sistemas complejos” (p. 26) y de
poder, reproducen una cultura en la que se legitima, casi siempre, se desplaza
o ejerce control a razón del más fuerte. [9]
Un caso
complementario lo constituyen los variados estudios acerca de la presencia de
las mujeres en las esferas de la educación superior.[10]
Estos conforman el grueso de un claro quehacer desde el género, así como de una
línea sólida de investigación. Este es el caso del trabajo de De Garay y del
Valle (2012). En éste acometen una amplia labor de investigación, archivo y
consulta de fuentes en donde se da un reporte preciso de los relatos, mitos,
cifras y realidades de la presencia de las mujeres en las IES, como
contrapunteo al predominio de los hombres y los discursos de lo masculino. En
esta línea, una publicación de notoria importancia en cuanto al acceso,
presencia y participación de la mujer en la universidad y en al ámbito
educativo de la UNAM lo constituye el trabajo de Ana Buquet, Jennifer A.
Cooper, Araceli Mingo y Hortensia Moreno (2013). Propuesta multiautoral que
destaca por ser una rigurosa investigación que parte de una palpable desventaja
de las mujeres en tres ámbitos centrales de la realidad educativa de la máxima
casa de estudios; la de los estudios en sí, la academia y el universo
administrativo. A grandes rasgos, se trata de un trabajo de gran envergadura y
calado que emana del problema político en el ámbito de género; y de cómo,
entonces, se establecen sus relaciones en un espacio educativo muy específico,
pero con representatividad máxima en México. Como estrategia, entrecruzan
historia y expresiones de feminismo universitario, tocando aspectos que tienen
que ver con el cuerpo, el ingreso a los puestos altos, la situación laboral,
etc. En sus distintos capítulos cubren el amplio rango de experiencias de lo
femenino en los mencionados ámbitos, teorizando a la vez que entregando
evidencias ligadas a los discursos, la violencia, la discriminación, los roles,
el sexismo, la desigualdad, etc.; esencias, en fin, de los estudios de género
que terminan por presentarse como una radiografía a gran escala de la situación
femenina en el campo universitario nacional, tomándose la UNAM como espacio de
irradiación de prácticas y significados nacionales. En este caso, el universo
del estudio de los hombres y de la práctica, definición y ámbito de las
masculinidades se construye de forma transversal, porque, si bien el interés de
las investigadoras lo constituyen las presencias femeninas, desde un
conocimiento notorio de las propuestas más complejas de los estudios de género,
lo masculino y sus expresiones de injerencia y poder son también cartografiadas
y, en más de un modo, expuestas.[11]
En un trabajo
de 2015, dos de estas autoras, Mingo y Moreno, abordan aspectos específicos de
la problemática de género y violencia en la UNAM. En este toman como base cinco
casos contra mujeres, los cuales van desde violencia simbólica –uso de
metáforas sexistas en la enseñanza o de la vergüenza como herramienta de
desacreditación–, al uso de
espacios de poder para el intercambio sexual, así como de prácticas reiteradas
–y naturalizadas– de
hostigamiento y abuso por parte de profesores dentro de un mercadeo y caza
sexual institucionalizados. Estas prácticas son leídas por las autoras como
“actos performativos de género”, proponiendo con esto una teoría de la
violencia sexual interdisciplinaria, capaz de sobrepasar los a veces rígidos
marcos de los estudios sociales. Entre las nociones que ayuda a construir esta
propuesta, y que las autoras dimensionan con habilidad, se encuentran las de
“cultura institucional de género”, “derecho a no saber” e “ignorancia
cultivada”. Los hombres-varones son aquí citados como parte activa en la
conformación de dicha institucionalidad, como estipuladores de determinadas
normas para ignorar los problemas de género, y como practicantes de modos de
ignorancia convenientes para sus posiciones y privilegios.
En 2017, Flor
Gamboa y Adriana Migueles publican el resultado parcial de un completo estudio
en cuatro universidades de la región del Pacífico Mexicano, acerca de la
armonización del “trabajo-familia” en términos de género en el seno de las IES.
En este primer reporte, las autoras teorizan desde su categoría central, así
como a partir de una variable que resulta novedosa; la de tiempo. Desde ésta,
definen las clases de relación que una mujer académica puede establecer entre
el trabajo y el hogar. Asimismo, las diferencias que los varones establecen con
esta relación y cómo se benefician. Lo interesante de este texto radica en la
suma de disciplinas, discursos, recursos y metodologías que van tocándose desde
los estudios de género, así como la manera en que estos abordan al varón, sus
significados y prácticas como objeto de estudio. Como complemento, y como resultado
del mismo proyecto de investigación, en 2018 Lourdes Pacheco publica un trabajo
acerca del lugar que tienen las académicas universitarias entre el trabajo y el
hogar, sobre todo en cuanto al papel que desempeñan las estructuras
universitarias a la hora de reproducir una “matriz de responsabilidades de
provisión y cuidado según el género” (p. 9). A este respecto, se parte de una
descripción del espacio universitario como un espacio “establecido por y para
los varones” (p. 10), y en el que, sin embargo, las mujeres tienen cada vez
mayor presencia en la matrícula y en los diversos espacios de la educación
superior.[12] El estudio abarca
cuestiones esenciales a tomarse en cuenta en los tiempos actuales, y las cuales
no dejan de hacer referencia a un trabajo con los hombres; así, destacan las
relaciones familiares y laborales, las esferas de lo público y lo privado, la
“doble jornada laboral”, las políticas de conciliación –y sus mitologías en
cuanto a la mujer como “cuidadora”–, el papel de
hombres y niños en los diversos procesos hacia la igualdad, etc. Los resultados
del estudio hablan de prestaciones sociales, del tener o no una pareja estable,
de niveles de estudio, entre otros tantos aspectos; todos, espacios que revelan
con rigor metodológico la tensión que genera en la mujer la conciliación entre
vida cotidiana, privada y laboral, así como sus consecuencias en todos los
ámbitos.
Como se ha
dicho, este es apenas un esbozo inicial de aproximación al estado de la
cuestión en relaciones de educación superior, género e historiografía en
México. Sin embargo, estas primeras lecturas de situación y estado del arte ya
arrojan algunas conclusiones parciales acerca de un posible estado del
conocimiento que una las dimensiones cultural, educativa y de género en México.
De este modo, el entrecruzamiento de las esferas destacadas se ha dado, sobre
todo, en términos de la situación de las mujeres, las prácticas femeninas de
género, y el entrecruce entre temas y quehaceres del feminismo con esos textos
y objetos. Además, los trabajos más abundantes en cuanto a la relación entre
cuestiones de género han incidido en aspectos de representación y violencia
para con los sujetos femeninos. Así también, pensamos que la relación
particular entre el campo universitario y el intelectual no ha sido
entrecruzada del todo con una lectura fuerte de perspectiva de género. En todo
caso, de los trabajos hasta aquí destacados, muchos de ellos pioneros, podemos
rescatar en conjunto el esfuerzo por ligar saberes y políticas de género en la
arena de los conocimientos institucionales y legitimados; los de la
universidad. Esta es, sin lugar a dudas, una tarea en la que ha de insistirse.
2 Estudios de género, cultura e historiografía: hacia una noción amplia de
educación
A continuación ofrecemos un breve comentario de
propuestas destacadas que han abordado cuestiones de género y feminismo en
ámbitos más acotados de lo historiográfico, o en constructos que desde lo
cultural abordan espacios interdisciplinarios. Pensamos que la pertinencia de
éstos radica en la posibilidad de mirar desde sus aportaciones a la educación
en términos amplios, ahí en donde “lo educativo está oculto bajo lo visible” y
acontece, como formación, en “los escenarios de la vida cotidiana”, como los
llama Juan Manuel Piña (2002, p. 9). Asimismo, como textos en los que se
perfilan posibles modos de estudio de las masculinidades como un tema a la vez
de la cultura y la formación.
Así por ejemplo, destaca el trabajo coordinado por
Gabriela Cano y Georgette José Valenzuela (2001) sobre cuatro estudios de
género en el México urbano del siglo XIX. El principio base es mostrar
significados culturales que en la negociación del sexo/género se llevan cabo en
el mundo decimonónico. Cabe destacar cómo esta propuesta resulta bastante
innovadora no sólo en su momento, sino a la luz del presente. Por una parte el
objetivo común toma en cuenta tanto las posiciones de la masculinidad como las
de lo propiamente femenino, y es desde ahí que se abordan las vicisitudes
(culturales, sociales, económicas y políticas) de la negociación de aquello que
Gayle Rubin denominó sistema sexo/género. Las mismas autoras destacan la
novedad en cuanto a un interés manifiesto por estudiar la historia desde el ojo
del género y tomando en cuenta tanto a hombres como a mujeres. Desde esta
noción de reescritura de la historia se abordan las ideas, enunciados y valores
ligados a la familia y al matrimonio –los bienes más preciados del liberalismo–,
se reescriben las historias de las instituciones dedicadas a las normas y el control
de los sujetos de género, tanto en su experiencia ciudadana como en los
delicados aspectos de la vida cotidiana.[13] Es desde estas
conjunciones que lo trabajado bordea estos discursos y textos como piezas de
una formación y conformación de subjetividades e identidades dentro de un
complejo educativo cultural.
Los entrecruces entre las perspectivas de género e
historiografía crítica sin duda han dado en el clavo a la hora de identificar
algunos de los puntos principales que han de abordarse para desmontar el
patriarcado. Así lo ha hecho Ana L. García Peña, quien en un trabajo del 2006
vuelve a los espacios de lo matrimonial para releer el individualismo desde una
intención fuerte de género. Y si ya los textos del feminismo habían
identificado a la institución matrimonial como uno de los constructos por
desmontar, García Peña acomete esta labor desde una aproximación que va de los
textos de la cultura a los de la administración de la vida (y su instrucción)
con enorme dinamismo, entrando en cuestiones y dispositivos fundamentales para
comprender cómo funciona la delimitación de lo público y lo privado en la
negociación superior de los sexos y el género, abordando, entonces, otras
formas de relación o control de los sujetos y sus bienes simbólicos. De este modo,
pasa por matrimonios, concubinatos, adulterios, faltas, odios, violencias,
etc., hasta llegar a la dimensión económica y social de los acuerdos. En el
trabajo de esta autora, de hecho, es que se comprende con claridad cómo es que
funcionan los matrimonios juiciosos como un engranaje fundamental del poderío
masculino durante el Porfiriato. En el trasfondo de este estudio, que abarca
todo el marco –de las mujeres a los hombres–, el amor es el relato alegórico
nacional que termina peor situado.
En el paso del siglo XIX al XX no podemos dejar de
mencionar el trabajo coordinado por María Teresa Fernández, Carmen Ramos y
Susie Porter (2006). Se trata de un compendio interdisciplinario que parte de
las nociones de orden social e identidad para llevar a cabo una relectura de
diversos temas, fenómenos y expresiones desde el género. En este
panorama amplio, que se cifra en el cambio de siglo, parten de los consabidos
debates acerca de las mujeres y la historia del género, recurriendo, incluso, a
un “clásico” sobre la historia del feminismo, el de Joan W. Scott, para entrar
en temas de ciudadanía, organización, formación y movilización de las mujeres.
Desde ahí se exploran aspectos de lo nacional, el matrimonio, los derechos, de
expresiones políticas y culturales con carácter educativo, como el Ateneo
Mexicano de Mujeres y la Alianza de Mujeres en México, o las políticas públicas
y la violencia ligadas al priismo. En otro apartado, el de etnicidad, clases
sociales y trabajo, queremos destacar el trabajo de Adriana Zavala. En éste se
cartografían los estereotipos y representaciones de lo nacional y la mujer,
mismos que se intuyen desde el título De Santa a india bonita. Género y raza.
Finalmente, queremos destacar el apartado sobre ideales de masculinidad y
procesos de masculinización. Aquí resultan especialmente dinámicos, y desde una
variedad de frentes disciplinarios para los intereses que promueven a este
estado de la cuestión, los trabajos de Víctor M. Macías-González y Roberto
Miranda Guerrero. En éstos, el estudio de las masculinidades se sitúa como una
instancia crítica capaz de dialogar con los de género, el feminismo y con lo
que llamamos estudios culturales. En el del primero se aborda la noción de
“hombres de mundo”, ligándose las prácticas de masculinidad, el consumo y los
incidentes manuales de urbanidad y buenas costumbres a un complejo formador de
gran escala. Este tipo particular de bien del costumbrismo –dispositivo
predilecto de aleccionamiento, educación social y de la vida cotidiana del
liberalismo conservador– es cartografiado con precisión desde los albores del
siglo XIX hasta, por lo menos, la Revolución. Macías-González va intercalando
una serie de nociones de los estudios de género –y de su versión masculina–,
como la “conciencia de sí”, con los ideales hegemónicos de un XIX en
construcción y sus caballeros, hombres de bien; hombres de mundo. La noción del
hombre hegemónico, de hecho atraviesa el haz de identidades que su trabajo va
descomponiendo a la luz de representaciones culturales, políticas y legales. El
valor principal del texto de este autor es un cuidadoso trabajo con fuentes,
así como el repaso de las principales figuras de intelectualidad, educación, y
formación social y nacional en México. Estás figuras de enorme calado, como
Justo Sierra, las va contraponiendo con otras cuyo carácter universal es
releído en versión mexicana. Destaca, claro está, Carreño. Finalmente, queremos
remarcar cómo desde la lectura ahí puesta en marcha se concibe el proyecto
liberal mexicano y su incidencia en un macroconstructo educativo fundamental;
el de la urbanidad. La propuesta de Miranda, por otra parte, trabaja con un
texto de enorme valor pero escasamente usado, el de los archivos personales. En
este caso, se trata de uno en forma de correspondencia entre un obrero
cualificado y su esposa, entre 1890 y 1940. Y la pregunta que verazmente el
investigador lanza es: “¿qué modelo de masculinidad podemos encontrar en la
correspondencia?” (Fernández, Ramos y Porter, 2006, p. 299). Esto lo lleva a
adelantar la cuestión, ya argumentada por Connell, de que la masculinidad es un
proceso y nunca una construcción acabada; este depende de lo cultural, claro
está, pero también del ciclo de vida y de las relaciones que los hombres
establecen con la familia, el mundo laboral y las instituciones de la educación
y la cultura.[14]
Ahora bien, desde el entrecruce entre historia, género, educación y estudios
regionales existen valiosas aportaciones, las cuales no sólo han mostrado a
figuras y sucesos que la centralidad suele opacar, sino que han renovado los
puntos de vista y metodologías con los que se suele hacer historia cultural de
género. En esta línea, un grupo de investigadores/as de la Universidad de
Tamaulipas (y otras del centro y norte del país) publican en 2009 (Hernández et
al.) una serie de trabajos que enlazan historia cultural de género con estudios
regionales. En este libro colectivo cabe destacar el punto de encuentro: los
avatares de la educación desde temas y problemas de género, mostrándose con
esto figuras e historias desde un punto de vista no centralizado. A su vez,
desde San Luis Potosí, Oresta López (2010, 2014) ha venido trabajando la
presencia de figuras de enseñanza en su región, desde una perspectiva a la vez
intercultural y de género, revelando así cómo es que hay espacios en los que la
etnia y los encuentros culturales van ligados a la experiencia de mujeres y
hombres como tales.
En cuanto a nuestra intención de diagnosticar puntos de
encuentro entre educación superior, género e historiografía como categorías más
amplias que terminan por desembocar en las masculinidades de un universo
particular de investigación, queremos incluir el trabajo de Frida Gorbach
(2008) sobre historia y género en México desde un punto de vista teórico. Aquí
la cuestión más importante es que la autora propone no retornar a los
consabidos debates acerca de la disciplina histórica o del género como
categoría solamente teórica, sino que plantea centrarse en la manera en que en
México se ha trabajado esta encrucijada. Esta labor amplía, en un cuidadoso
recorrido, desemboca en los ya mencionados estudios culturales, en donde la
reflexión general va en la línea de cómo se han usado los desarrollos teóricos
de los estudios de género y culturales en la academia nacional; y qué tipo de
trabajos y conclusiones han producido.
3 Cerrando el círculo. De las masculinidades y estudios del hombre a la
cultura, historiografía y la educación superior
Si bien algunos de los textos ya
mencionados apuntan hacia un trabajo de género acerca de la historia de los
hombres o sus experiencias sobre lo educativo o lo cultural, en este apartado
bien podemos volver a partir de la conocida noción de Connell denominada masculinidad
hegemónica (1995, 1997).[15] De ahí que, en
términos generales, nos refiramos a las masculinidades como una serie de
construcciones culturales de género que determinan los roles de los varones en
la sociedad. Esto incluye una serie de rasgos, atributos, y formas de ser y
estar en el mundo que pueden estar ligados al poder económico o político; al
administrativo o académico; al discursivo, textual y editorial; a prácticas
sociales o espacios hegemónicos y de dominación –como el machismo y la
homofobia, por ejemplo–. Aunque también se consideran versiones de masculinidad
aquellas que, precisamente, matizan, niegan, confrontan o ignoran a las antes
mencionadas, proponiendo nuevos espacios para el ejercicio de la vida, la
salud, las relaciones sociales –familia, paternidad, pareja– y hasta prácticas
culturales o políticas como expresiones determinadas por construcciones de
género –“hombre de mundo”, “cabeza de familia”, “presidente de la nación”,
“rector de universidad” –. Así también, configuraciones de masculinidad que se
proponen desde espacios no solamente definidos por el sexo varón, y que con
esto muestran formas diversas de vida y expresiones alternativas, tema en el
que destacan los estudios queer. Con esto, podemos agregar que los estudios sobre masculinidades
tienen una implicación directa en cuanto a producciones a la vez educativas y
culturales. Como área multidisciplinaria tanto de investigación como de
generación de conocimiento, un trabajo sobre las masculinidades trata acerca de
la exploración de las diferentes identidades de los sujetos, así como de las
definiciones de lo masculino, entendido esto como una producción cultural
ligada a especificidades históricas, políticas, ideológicas, nacionales y hasta
económicas, en un más allá de lo biológico, de modo tal que la masculinidad
puede practicarse y estudiarse fuera de los varones heterosexuales.[16] Asimismo, trabaja a estas
identidades en el seno de los mecanismo de dominio, explotación y violencia de
género, en entre otros aspectos, en donde la desigualdad y la violencia son
claros problemas de género.[17]
Los estudios de la masculinidad en el ámbito mexicano han
ido conformando un espacio teórico y crítico desde lugares un tanto específicos
de la historia/historiografía, la literatura, la cultura y temas diversos de la
educación. A este respecto, cabe decir que hay una cantidad considerable de
trabajos, grupos y proyectos ligados al estudio de las masculinidades en
términos del estado actual de dichos entrecruces. Desde las ciencias sociales,
las antropologías social y cultural, la psicología o la pedagogía ha resultado
urgente y necesario replantear los estudios de los hombres, sobre todo en
cuanto a qué modelos de masculinidad se renuevan, cancelan o promueven en una
sociedad en la que, si bien se habla de género constantemente, los problemas no
hacen sino complejizarse: violencia, desigualdad, abuso, brecha salarial,
trabajo, crímenes por odio, etc. Ahora, si bien sería extremadamente ambicioso
detallar aquí toda esa suerte de instancias académicas, culturales y sociales,
lo que sí es cometido de este trabajo es dar cuenta de propuestas que
“historicen” el papel de lo masculino. A continuación presentamos un repaso
breve por reveladoras propuestas interdisciplinarias cuyo trasfondo dibuja una
noción cotidiana o cultural de lo educativo.
Un trabajo introductorio, y que lleva a cabo una minuciosa
visión de los estudios de género de los varones y las masculinidades, es el
Guillermo Núñez Noriega (2016). En este se delimita con precisión el objeto de
estudio, mostrándose cómo la cuestión no consiste en estudiar a los hombres,
sino los procesos socioculturales y relaciones que de esta construcción emanan[18]. Ahora, desde una
perspectiva cultural de las masculinidades queremos mencionar trabajos
que entrecruzan perspectivas históricas y de género muy sugerentes, así como
otros que logran desde la especificidad proponer nuevos espacios de estudio.[19] Entre estos podemos
destacar el de trabajo de Clara Ramírez (2009), quien disecciona la figura de
Miguel Hidalgo para reconstruir la masculinidad del XIX entre la rebeldía y la
paternidad. Otro de Macías-González (2008) acerca de las “amistades
apasionadas” y la noción, bastante poco estudiada en los ámbitos
iberoamericanos, de “homosociabilidad”. Con estas dos cuestiones el autor
aborda la amistad como una categoría de análisis histórico, y desde la cual se
puede arrojar luz sobre relaciones no heteronormativas en la época en la que se
patologiza la homosexualidad (finales del XIX). Jorge Gómez y Guitté Hartog
(2011), desde una abierta perspectiva interdisciplinaria, en su
texto trazan algunas expresiones de masculinidad –maneras de “ser hombre”– en
el proceso de construcción nacional con el fin de acometer una historiografía
alternativa a las narraciones oficiales. La interesante labor la despliegan en
tres episodios destacados de la historia mexicana. El primero es el de la
interacción entre blancos e indígenas durante la Conquista; el segundo, el de
la construcción y mantenimiento de la homosociabilidad durante la construcción
decimonónica de la nación; el tercero, el de un ascenso de la virilidad y el libertinaje
sexual durante la Revolución. En este panorama de amplio calado se contraponen
virilidades dominantes frente a subjetividades castradas. Ahora, desde una
perspectiva enciclopédica, queremos hacer mención de la entrada Men and Modernity in Porfirian Mexico (2016) de
Robert M. Buffington, escrita para el Oxford Research Encyclopedia of Latin
American History. En esta, el estadounidense cartografía las nuevas
expresiones de masculinidad y hombría que se generan en los procesos de
modernización del Porfiriato. La aportación más interesante es la
identificación de un nuevo tipo de caballero, propio de la aristocracia o la
clase media acomodada, que se distingue por su limpieza, buen vestido,
moderación, afabilidad, respetabilidad, amor a la patria y sensibilidad ante
los gustos y opiniones de los demás (s/p). Llama la atención, así mismo, el
trabajo de González Romero (2015) en el que los estudios de género en su
versión de masculinidades, y partiendo de una noción amplia de educación –como
formación social y desde los soportes culturales–, recuperan el papel de la
novela conservadora del XIX mexicano.
Tocándose muchos de estos temas, ofrecemos ahora un
repaso de estudios específicos sobre masculinidades, academia y educación
superior en México. Comenzamos con el de Rivera Gómez y Rivera García (2016),
quienes no sólo acometen una coherente teorización de los estudios sobre
masculinidades y feminismo en el ámbito de la academia mexicana, sino que
rastrean la recepción, el calado y los resultados que estos han venido
obteniendo. Así, plantean cómo ya en la década de los noventa hubo un
antecedente cuando algunos hombres académicos, cercanos a la eclosión y
efervescencia del feminismo comenzaron a teorizar acerca de la hombría, la
virilidad y la masculinidad en diversos panoramas de género (p. 130-131). Para
ellos, esto conllevó una reflexión que resultó esencial en el marco de lo
académico y los sujetos de masculinidad: “¿Qué pasa en la academia en relación
con la autorreflexión del ser hombre?” (p. 131). La respuesta es que se trata
de una cuestión que en muy pocos momentos se ha planteado articulada o con
finalidad científica; o que en otros ha abierto una brecha muy criticada en la
que el sujeto masculino de la ciencia/saber se apropia de un campo, aunque más
para demostrar que puede hacerlo, y desde ahí perpetuar un poderío epistémico,
que por una labor convencida de su necesidad o alcance.
Para Rivera y Rivera, quienes retoman los trabajos de
Daniel Cazés (1998), hay un espacio en donde el académico hombre puede ser
también activista –de género y feminismo– (p. 131), y realizar
propuestas teórico-metodológicas que reflexionen y aporten desde el estudio de
las masculinidades. Hay que recordar cómo para Cazés, de hecho, la metodología
de género en términos de masculinidades implica llevar la especificidad a
terrenos de mayor amplitud: los aportes de la teoría de género, desigualdades
entre hombres y mujeres, desigualdades de los hombres y entre ellos (poderes y
privilegios), jerarquizaciones, espacios y formas de opresión, de desigualdad,
de pactos entre hombres, de asociaciones basadas en la virilidad y la
violencia, etc. (Cazés en Rivera y Rivera, 2016, p. 131). En este
trabajo también se da cuenta de cómo es en los albores del siglo XXI que los
estudios de los hombres y de las masculinidades se posicionan en los ámbitos
académicos y de las IES.[20]
Ahora bien, más allá de los debates entre los estudios de
las mujeres y los hombres, lo que comparten y lo que los divide, cabe rescatar
la mención a una propuesta que Rivera y Rivera hacen sobre el trabajo de Ana
Amuchástegui. Se trata del concepto: “Construcción de la masculinidad”, ahí en
donde prácticas y discursos definen el “término masculino del género dentro de
configuraciones históricas particulares, diferenciándolo de las propias
experiencias de los hombres, que no están reducidos a someterse a tal
construcción y que manifiestan innumerables formas de resistencia (Amuchástegui
en Rivera y Rivera, 2016, p. 134). En resumen, el trabajo de Rivera y Rivera
es, parece, la labor más concienzuda hasta el momento sobre los centros,
programas, publicaciones y espacios académicos en los que las masculinidades
han dado fruto a propuestas sólidas y generadoras de conocimiento.
También queremos hacer mención del trabajo de Rivera
(2005), quien lleva los estudios de la masculinidad a las esferas del campo
universitario. En una línea cercana, aunque en un contexto que va más allá de
la academia o el ámbito de la educación, varios trabajos han remarcado el
calado que dichos estudios han tenido en el ámbito nacional; entre estos
podemos nombrar el de Hernández (2008) y el de Amuchástegui y Szasz (2007),
entre otros. Destaca el pionero volumen colectivo de la revista La Ventana
(UDG, 1998) en el que ya se abordan los estudios de género y masculinidad desde
una perspectiva amplia y problematizadora en un rango vasto de la sociedad y
sus esferas de instrucción. Por su parte, Diez (2015), desde una perspectiva
transnacional a los universos hispánicos, ha estudiado la construcción de
códigos de la masculinidad en los universos de la educación. También han de
destacarse estudios en contextos específicos y ligados a prácticas comunes a la
llamada masculinidad hegemónica en determinados aspectos de la vida
universitaria. En esta línea podemos nombrar el de Vázquez y Castro (2009).
Para cerrar este apartado, y el recorrido del estado de
la cuestión crítico, queremos destacar dos trabajos recientes, ambos de Daniela
Cerva, que abordan el caso de las masculinidades en el ámbito específico de las
políticas estatales de género y la educación superior. En el primero (2016),
Cerva se concentra en los mecanismos de construcción discursiva que emanan en
los espacios interinstitucionales de la esfera laboral estatal, en términos de
masculinidades. En esta confluencia se concentra en la responsabilidad que
estos adquieren a la hora de promover políticas de igualdad de género, y en
cómo subsistirían voces discordantes, unas tradicionales frente a otras verdaderamente
democráticas. En otro, del 2018, dicha aproximación que busca los significados
y tensiones entre campos y un punto de vista entre disciplinas, es llevada por
la autora al terreno de la educación superior. Ahí se exponen las posiciones y
estrategias de lo masculino en las políticas universitarias y académicas.
Resulta novedoso lo que su estudio revela en cuanto a cómo a pesar de políticas
y discursos sensibles al género, en la UNAM persisten los puntos de vista y
efectos de académicos hombres que se ven influidos –“marcados”, dice la
autora—, por los presupuestos de la masculinidad. Estos seguirían siendo no
sólo un lastre, sino un espacio discursivo desde el que emanan ideas,
oportunidades y políticas. Ambos trabajos, consideramos, son excelentes ejemplos de
cómo en la actualidad una perspectiva de género en educación ha de sumarse a un
quehacer abiertamente interdisciplinario. En este, las preguntas realizadas
desde y hacia las masculinidades han de dialogar con el feminismo y los
estudios de género, así como con un bagaje amplio de aplicación de conceptos,
que en el caso la educación superior, va de los espacios formales a los de
generación de cultura, conocimiento y políticas.
4 Conclusiones
Pensando en la probable configuración de un campo de estudios
sobre educación superior y masculinidades, tras el recorrido realizado podemos
mencionar, a grandes rasgos, cómo los trabajos pioneros sobre feminismo en
México aportan el planteamiento de temas y problemas de discusión y estudio,
así como la profesionalización de la categoría de género en la universidad,
sobre todo en el ámbito de las humanidades y las ciencias sociales. A su vez,
cómo desde el ascenso de los estudios de género al campo de la educación
superior se manifiestan los espacios de tensión en la academia, así como una
agenda atenta a la equidad, la representación, la doble jornada, el currículum,
el acceso al conocimiento y las oportunidades, entre otras cuestiones
esenciales. Cabe mencionar cómo en estos trabajos pioneros no sólo se complejizan
las experiencias y epistemologías de lo femenino y las mujeres, sino que ya se
manifiesta la necesidad de incluir a los varones y las prácticas de
masculinidad, presentándose temas tan diversos como los de violencia o la
reticencia de estos a incorporar al feminismo en su experiencia universitaria o
académica. De este momento se rescata la incorporación de perspectivas de
género certeras a los objetos y fenómenos de estudio.
Ahora bien, mirando a la historiografía y a la cultura,
los estudios de género en México aportan categorías y metodologías de gran
influencia en un ámbito más amplio de investigación. De este modo, desde
estudios sobre el ordenamiento de sexo/género del Porfiriato al México
revolucionario y posrevolucionario, temas como los del matrimonio o las
definiciones del ser hombre o mujer han revelado la implicación de los
regímenes de sexo/género no sólo en términos de identidad, cultura o
agrupaciones sociales, sino en cuanto a cómo toda práctica de esta clase es
también política, y está relacionada con los dominios y expresiones de sexo y
de género. Aquí no sólo lo personal es político, como dijeran las feministas,
sino que lo cultural es también político y está en la base del ordenamiento del
mundo educativo.
En el cierre del círculo, en el encuentro de las
masculinidades con el resto de los espacios trabajados, se dibuja la
posibilidad del campo de estudio que nos ocupa. Una vez asentados los estudios
y sus objetos surgen las categorías pertinentes, como la homosociabilidad, el
mantenimiento de privilegios, la reproducción de la dominación, la
homosexualidad, etc. Desde estas se resignifican momentos de la historia y se
releen lugares incidentes, como los de la educación o la cultura, y que antes
se habían percibido desde visiones tradicionales, patriarcales o
heteronormadas. En este encuentro también se percibe la incidencia de las
masculinidades en las IES y en la academia, mostrándose espacios dinámicos de
trabajo y generación de conocimiento; asimismo, no sólo se expone un mundo de varones
y sus experiencias, sino el papel de las mujeres y sus narrativas críticas y
liberadoras.
Finalmente, queremos terminar con la propuesta de lo que
consideramos es un espacio faltante en el encuentro entre género,
masculinidades y educación superior. A este respecto, no parece haber una línea
sólida en términos de una teoría cultural de la educación que desde
perspectivas duras de género y masculinidades se concentre en el estudio de
cómo los diversos proyectos nacionales y políticos estuvieron solapados
con proyectos educativos con un abierto
carácter masculinizante; o en cómo los varones intelectuales y maestros se
agruparon para resignificar desde el punto de vista de la masculinidad los
campos de la educación y la cultura; o en cómo los varones educadores se
encargaron de determinar las reglas de un ordenamiento moderno de sexo/género
en el que la mujer y las identidades no hegemónicas quedaron como secundarias,
redefiniéndose sus roles, funciones y estereotipos. Pensamos que, en el
encuentro entre educación, cultura historiografía y masculinidades en México,
desde esta perspectiva se abre una vía novedosa de estudio y reflexión. En esta
línea ya Daniel Cazés en los 90 había apuntado cómo un enfoque de género que
conjugara feminismo y masculinidades podría “proporcionar los elementos para
analizar lo que acontece a las mujeres y a los hombres de momentos históricos
definidos, en sus relaciones genéricas precisas y [conformar] los marcos
conceptuales en que se interpretan de manera compleja las sociedades y las
culturas” (1998, p. 108). Pensamos que este estado de la cuestión crítico ha
podido remarcar los logros de esa movilidad del género hacia la complejidad,
pero también ha remarcado algunas de las tareas por venir. Estamos de acuerdo
con Cerva (2018) cuando dice que “escasamente encontramos indagaciones que
combinen esas temáticas [del feminismo] con la forma en que los mandatos de las
masculinidades […] se refuerzan y consolidan […]” (2018, p.36). Es desde esta
confluencia, proponemos, que se vuelven a dibujar los espacios para pensar en
términos críticos a las masculinidades como directamente implicadas en lo
educativo, en lo cultural, en la manera en la que miramos el mundo. ⸭
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[1]
Este
trabajo se adscribe a la labor de investigación desempeñada en el IISUE de la
UNAM, al grupo de investigación Pedagogías de género. Educación,
literatura y cultura en México (s. XIX y XX) y al proyecto “Pedagogías
masculinas. Educación superior, género y nación a la luz de los campos universitario
e intelectual en México (s. XIX-XX)” (PAPIIT: IA400618; DGAPA-UNAM).
[2]
Tras el nombre inicial de “estudios de los hombres”, la academia se decantó
primero por la noción de “estudios de la masculinidad”, pensando en la
inclusión de un haz más amplio de experiencias, y tras incidentes trabajos,
como los de Robert Connell, por “estudios de las masculinidades”. Actualmente,
la etiqueta “masculinidades” se utiliza como marca para plantear un enfoque de
trabajo hacia dichos estudios.
[3]
En el caso
específico del campo universitario y la educación superior debemos mencionar
los trabajos pioneros de Rosario Castellanos, en el seno de la universidad
nacional: Sobre cultura femenina, su
tesis de maestría de 1950, en donde ya adelantaba cuestiones esenciales, desde
la filosofía, relacionadas con la instrucción femenina; o Mujer que sabe latín (1973), en donde teoriza sobre la
profesionalización de la escritura de mujeres, incorporando el ámbito
académico.
[4]
De acuerdo a las características
historiográficas de lo que se propone, un especial interés merecen trabajos con
fuentes y archivos en términos de la relación entre la consecución del proyecto
nacional y la noción de mexicanidad, junto con el feminismo, el género y las
masculinidades. En esta línea podemos remarcar un reciente trabajo de Espeleta
(2015) sobre la representación de la mujer y la perspectiva de género en la
construcción del sistema hegemónico mexicano posrevolucionario. En la misma
estela del México posrevolucionario, y la práctica y trastrocamiento de roles
de género, destacamos los trabajos de Cano (2009) y el de Ruiz Martínez (2001).
En cuanto a la constitución del México priista, la consecución de un proyecto
nacional y los entresijos de su peculiar sistema hegemónico, desde una marcada
perspectiva de género podemos nombrar los trabajos de Basáñez (1990), Franco
(1994), Garrido (2005) y Lau (2006). Finalmente, hay por lo menos tres estudios
o compendios sobre el entrecruzamiento entre historia de México e historia de
género que tomamos como punto de partida. El de Gorbach como defensa a su
teorización (2008); el de Ruiz (s/f), desde la perspectiva de su evolución
histórica; y el colectivo, fundamental en este contexto, coordinado por
Fernández, Ramos y Porter (2006).
[5]
La “desigualdad
genérica” es otro elemento articulador en su propuesta. Para ello acomete un
repaso por la transformación de la noción de género y su estudio hasta llegar a
una definición consensuada: el género es “la construcción cultural sobre un
cuerpo sexuado” (Bartra, 1997, p. 210). Cabe destacar, en este temprano balance,
la defensa del manejo de este concepto en todos los ámbitos curriculares; es
decir, en cuanto al punto de vista de género, y de la visibilización constante
de las problemáticas derivadas de la desigualdad para con la mujer (1997, p.
211). En resumen, desde la pregunta que hace Bartra a los estudios de género y
de la mujer en el ámbito académico, y de la investigación y práctica pedagógica
en el ámbito del campo, la pregunta es: “¿Qué
es lo que se estudia (o enseña) en los estudios de la mujer, cómo se estudia y para qué” (p. 212; cursivas del original). Y la petición: un
diálogo más nutrido entre disciplinas, áreas y sectores de la educación
superior.
[6]
Para aterrizar dichas nociones, la autora recurre a un texto muy
citado en la producción académica sobre IES y educación, el de Rodríguez Gómez
(1999). En este, el autor acomete un estado de la cuestión, a su vez, de los
aspectos centrales que la perspectiva de género habría traído al universo de
las IES; a grandes rasgos: la feminización de la matrícula universitaria, la
predilección de hombres y mujeres ante ciertas carreras, la repetición de
patrones entre universidades públicas y privadas, la baja presencia de mujeres
en el sector de las instituciones “lógicas”, la desigualdad en términos de
distribución de oportunidades educativas y la subrrepresentación de las mujeres
en algunas estructuras jerárquicas dentro del universo académico (p. 13-14).
[7]
Como veremos en el último apartado, destaca un trabajo reciente de Daniela
Cerva (2018) en el que se muestra cómo las políticas de género en la
universidad siguen marcadas por los presupuestos de la masculinidad.
[8]
Para Palomar, de hecho, el caso específico de las IES involucra la
particularidad de “visualizar una dimensión simbólica que produce un tipo específico
de capital que es el que les da su particularidad a las relaciones de poder en
este contexto y a los efectos de dichas relaciones en los sujetos y las
instituciones” (p. 20). Para la autora, como hemos sugerido, las posiciones
derivadas de este proceso particular, por ejemplo, en términos de “prestigio” y
“notoriedad”, se negocian y se han negociado; asimismo, las tareas y labores al
interior de la estructura social de las IES. Esto plantea para Palomar una
pregunta fundamental para los estudios de género: ¿hay que incorporar la
perspectiva de género o institucionalizar los estudios de género? (p. 23).
[9]
También resaltamos cómo la propuesta de Palomar destaca la inclusión
del punto de vista, como crítica a los constructos de la masculinidad, de Bourdieu
y su noción de “dominación naturalizada”. Esto lleva, como sucede en muchos
otros casos, a las debatidas cuestiones acerca de la ideología y la hegemonía.
Pero más allá del debate que esto genera, sobre todo de cómo se ha leído a
Gramsci y de qué manera se ha tendido a simplificar sus definiciones, nos
quedamos con su mención en cuanto a que es desde la teoría crítica feminista
que se han realizado planteamientos fundamentales en el proceso de desmitificar
lo que se ha venido presentando durante largo tiempo como natural en relación
con la diferencia sexual (Palomar, 2015, p. 31).
[10] En relación
con algunas de estas propuestas, pero con la historiografía como fondo,
queremos mencionar el trabajo de Elvira Rivera (2005). Específicamente, dicho
entrecruce lo lleva a cabo bajo una pregunta acerca de las académicas e
investigadoras de las universidades públicas de México. Lo interesante del
enfoque es que no sólo rastrea los textos en los que éste ha sido el objeto
central, sino los espacios en los que la experiencia en sí ha generado la
reflexi ón y el conocimiento científico. Por otra parte,
desde una noción
amplia de educación en México debemos mencionar el trabajo de Héctor Serrano y
Carolina Serrano (2006) en cuanto a un amplio repaso sobre la educación en el
país desde las maneras en las que históricamente se ha articulado la identidad
sexual; y desde ahí a cómo se han entrecruzado las nociones de
complementariedad y equidad de género.
[11]
Basta con nombrar el caso del que parte el trabajo: los conocidos
comentarios del presidente de Harvard, Larry Summers,
quien en 2005 mencionó que la poca presencia de las mujeres en determinadas
carreras –matemáticas, físicas, ingenierías– tenía que ver con
un componente biológico; el resultado de diferencias innatas que demarcaban
gustos, aptitudes y posibilidades (Buquet, Cooper, Mingo y Moreno, 2013, p. 17-18). Un retorno sin precedentes a viejas formas de
opresión que parecerían superadas.
[12]
Según el censo del INEGI citado por la autora, para el
ciclo 2014-2015 el 44% de la docencia correría a cargo de mujeres.
[13]
En términos específicos, los cuatro
estudios resultan fundamentales para comprender, desde esa igualmente amplia
noción de cultura, los espacios fundamentales del ejercicio de género y vida en
el México urbano del XIX. El de Ana Lidia García Peña versa sobre la vida de
las esposas –casadas o divorciadas— y su papel en la transformación del
contrato social de género por definición, el matrimonio. El de Claudia Agostini
se concentra en un espacio y la conquista que el hombre médico hace de este. Se
trata de la invasión que acometen los varones en el espacio/cuerpo femenino de
la maternidad y el parto. Valentina Torres Septién se adentra en los manuales
urbanos de moral y buenas costumbres, productos estrella del liberalismo
conservador desde los que emanan las definiciones estereotípicas con las que se
confecciona la cultura nacional. Finalmente, Lucrecia Infante trabaja sobre el
periódico Violetas de Anáhuac,
publicación pionera del feminismo durante el Porfiriato. En este espacio sin
precedentes se cuestionaron las definiciones tradicionales de lo femenino y se
debatió acerca de la importancia de “feminizar” la opinión pública.
[14]
Ya entrado el siglo
XX, Elisa Muñiz (2002) acude a un momento clave de la historia nacional, el de
la reconstrucción de 1920 a 1934, tiempo en el que se constituye el régimen que
va a prevalecer durante casi todo el siglo, para activar ahí dos nociones
estrella de los estudios de género: el cuerpo y la representación. En su
relectura de espacios clave de la administración de la vida, Muñiz cartografía
las relaciones asimétricas entre mujeres y hombres. Se trata de un contexto en
el que se promueve un ordenamiento social mayúsculo y una (nueva) negociación
de los géneros y sexos. En este espacio también se remarcan las instituciones, y
los dispositivos de control y vigilancia de un Estado fuerte de género, el del
PRI y sus poderes fácticos; entre estos, cabe decir, destacan las IES.
[15]
A grandes rasgos, este término
surge en el seno de un cuestionamiento en cuanto a cómo los hombres mantienen y
perpetúan la dominación sobre las mujeres, otras formas de género no normativas
y sobre sí mismos. Como cita al conocido trabajo de Gramsci, esta clase de
hegemonía funciona desde relaciones de poder que se establecen entre clases
sociales, pero desde ese dinamismo que el marxista italiano otorga a los grupos
que construyen, reclaman y sostienen posiciones de dominación en diversos
estratos del entramado sociocultural.
[16]
Estos estudios, así,
participan de metodologías y puntos de vista de diversas áreas de la historia,
la psicología, la medicina, la sociología y la antropología; y es en recientes
décadas que han tenido una notable efervescencia en dispositivos culturales y
profesionales desde perspectivas de la historia, la sociología, la antropología
y la educación. Su nacimiento formal puede fecharse desde tempranas décadas del
siglo XX, y tras encendidos debates acerca de su pertinencia y finalidad, sobre
todo como respuesta al ascenso de los feminismos y teorías dinámicas y
radicales como los estudios gay o los mencionados queer, a día de hoy, y a
grandes rasgos, los estudios de la masculinidad parten de la idea central de
que los esquemas del patriarcado (definido desde los estudios feministas y de
las mujeres) no ayudan a comprender quiénes son los hombres (Martín, 2007, p.
89-90). Desde esta construcción patriarcal, generada, negociada y mantenida en
gran parte por las expresiones de la literatura, el arte, la instrucción y la
cultura nacional en general, el hombre se ve igualmente marginado, ya que sus
identidades masculinas no encajan con los patrones exigidos, de ahí que se
parta de la necesidad de distinguir entre lo masculino y lo patriarcal. Este
último es heterosexista, homófobo, clasista, racista y machista, y no tiene que
ser ni la norma ni la hegemonía (2007, p. 90).
[17]
Esta definición
general de los estudios de la masculinidad ha generado numerosos y encendidos
debates a lo largo de varias décadas, siendo la más destacada la propia idea de hombre que desde ahí parecía
proponerse: la de un varón occidental –presumiblemente
blanco– y heterosexual. A finales de los años
80 y durante la década de los 90 se da un parteaguas en esta deriva
teórico-académica. Con la aparición de Connell (1995, 1997) se sistematiza la
crítica a la estructuración jerárquica de los diversos modelos masculinos, a la
luz de un sistema patriarcal que siempre puede ser sustituido (Martín, 2007, p.
94).
[18]
En 2017, este mismo
investigador ha publicado el estado de la cuestión más completo hasta el
momento acerca de los estudios de género de los hombres y las masculinidades en
el ámbito mexicano. En Abriendo brecha: 25 años de estudios
de género de los hombres y las masculinidades en México (1990-201) se
revisan más de 577 referencias, organizadas en una diversidad de temas y
enfoques.
[19]
En un pionero trabajo (1998) de uno de los académicos más fértiles en cuanto al
estudio de las prácticas de género masculinas en México, Robert Mckee Irwin,
aborda la noción de masculinidad que se perfila como formadora en la más célebre de las
novelas de finales de la Colonia, El
Periquillo Sarniento. En este sugerente trabajo aporta nociones para leer
la obra de Fernández de Lizardi como un manual educativo de cara al mundo por
venir. Una preparación de los modelos de masculinidad en la nación que se ya se
intuía.
[20]
Para dar cuenta de ello mencionan
seminarios, programas y proyectos ligados al PUEG (ahora CIEG) de la UNAM, o a
los pioneros trabajos y publicaciones del CEG de la BUAP. Aun así, insisten,
este campo de los estudios de género se ha visto marcado por actitudes
misóginas y androcéntricas, viviendo, incluso, un proceso similar al que
pasaron, décadas antes, los estudios feministas (Rivera y Rivera, 2016, p.
133).