Número
33 | julio-diciembre,
2021
Instituto
de Investigaciones en Educación |
Universidad Veracruzana
Licencia
Creative Commons (CC BY-NC 4.0) | ISSN
1970-5308
DOI:
10.25009/cpue.v0i33.2769
Reseña
Supervisores escolares. Trayectorias,
sensibilidades y disposiciones al acompañamiento pedagógico
Tania C.
Ruvalcaba Valdésa
Recibido: 3 de mayo de 2021
Aceptado: 5 de junio de 2021
Supervisores
escolares. Trayectorias, sensibilidades y disposiciones al acompañamiento
pedagógico. México: Colofón, 225 p.
ISBN: 978-607-8622-86-3.
Esta obra reconstruye las
trayectorias de tres jefes de sector y diecisiete supervisores escolares de la
Comarca Lagunera de Coahuila. Los autores analizan ordenamientos oficiales,
dinámicas locales y formas de relación sui generis. En los relatos, los
supervisores dan sentido a su propia experiencia, compartiendo modos de hacer y
de ser particularmente significativos en las condiciones de realización de su
trabajo. La obra contextualiza las constantes reestructuraciones del sistema
educativo, las pautas marcadas para la apreciación social del trabajo docente,
la gestión de recursos, así como las estrategias para resolver los múltiples
requerimientos institucionales. En esa trama, las narrativas se enlazan
visibilizando el compromiso de los supervisores con los niños, con las
escuelas, y consigo mismos.
Jiménez y Caballero habían indagado
previamente sobre la construcción de ser docente, también acerca de la
participación comunitaria, explorando en ambos casos la realidad situada en la
geografía rural y urbana de los municipios laguneros de Torreón, Francisco I.
Madero y San Pedro de las Colonias. Los supervisores escolares como sujetos de
investigación ofrecían la posibilidad de profundizar la comprensión de la
producción subjetiva de aquellos en quienes las políticas vigentes cifran la
responsabilidad del cambio. Se trata de un grupo de actores que encabezan la
estructura vertical del nivel primario frente a directores, docentes, alumnos y
padres de familia.
Sus narrativas desvelan una vida
escolar agitada, abrumada por las numerosas tareas que desempeñan, intentando
garantizar la normalidad mínima que exige el sistema educativo. Ellos refieren
un contexto local determinado por lo político-sindical frente a lo pedagógico,
así como el alarmante estado de la infraestructura institucional, sumado a la
falta de recursos. A esto, se añade el constante choque entre padres de familia
y los docentes urbanos, así como entre el personal joven frente al veterano.
Otro elemento en la trama es la lucha constante por resolver problemas
apremiantes, conservando la dignidad del puesto, y el amor por los niños. Por
ellos, son capaces de realizar acciones para subsanar la falta de recursos e
impulsar la mejora académica.
En cuanto a la estructura de la obra,
el primer capítulo presenta la construcción del problema de investigación, así
como la descripción de la perspectiva analítica. El segundo contiene el
análisis de la implementación de distintos ordenamientos para configurar la
profesión docente y la gestión escolar en las últimas décadas. El tercero
concentra, mediante ejes temáticos, los testimonios recogidos en el trabajo de
campo. En el último capítulo se puntualizan los hallazgos más notables, sin
perder de vista la indagación narrativa, con la que se reconstruyeron
experiencias y subjetividades, en circunstancias e itinerarios vitales. Dicho
registro de actividades, saberes, pensamientos y experiencias, generó procesos
de autorreflexión hacia la ética del propio sujeto. Todo este material sienta un
referente para recuperar saberes que pudieran favorecer el relevo generacional
en curso.
En la manufactura de la publicación,
quisiera destacar lo improbable que parecía la colaboración entre la doctora
Jiménez Lozano y el maestro Caballero Arriaga, quienes se encontraron en la
documentación profunda de fuentes primarias y secundarias. La organización del
proyecto estuvo animada desde la posibilidad de crear una propuesta formativa
para la gestión escolar. Tomando esto en cuenta, conocer la mirada de los supervisores
constituyó una prioridad epistemológica. A la par, a nivel metodológico, se
propone la indagación de sensibilidades y disposiciones desde sí mismos. En las
aproximaciones analíticas, se colocan en tela de juicio las estructuras
normativas, las condiciones de trabajo, destacando la subjetividad de los
directores y de los asesores técnico-pedagógicos.
Un asunto a resolver en el proceso de
escritura fue el de la estructura del libro. En lugar de presentar un relato
etnográfico como en trabajos anteriores, los autores optaron por publicar las
narraciones íntegras. De esta forma, la reinterpretación, la toma de
posiciones, quedan como tarea asignada al lector. Esto no quiere decir que haya
una evasión de un compromiso académico o ético de los autores, sino que han
buscado liberar al relato de un análisis teórico, evitando el señalamiento de
los sujetos escolares en un contexto nacional de confrontación y descrédito del
trabajo magisterial. Aquí, sobran voces que acusan e imponen, sin haber
traspasado las bardas de las escuelas, careciendo de una mirada cercana que
escuche los sentires de una amplia gama de posicionamientos. La decisión de los
autores cobra sentido ante las menciones de las dinámicas de participación
sindical, en una región que se caracteriza por el enorme poder político y
económico de un gremio magisterial que lucra con la venta de plazas, de
interinatos, de ascensos. Estos hechos se muestran repetidas veces en
testimonios que, como jueces o partes, evidencian la normalización de una relación
perversa entre el Estado y los sindicatos en nuestra época. El libro también
habla de la contraparte: las luchas, los logros, los compromisos que devuelven
la esperanza y que alientan a seguir buscando soluciones al rezago educativo, a
la reconstrucción del tejido social, a las condiciones de ingreso y ascenso al
sistema educativo.
Los personajes que aparecen en la
obra son clave para la socialización de la normativa escolar, así como para el
impulso de la gestión, y el acompañamiento pedagógico. Son el núcleo de las
políticas educativas a lo largo del trayecto histórico narrado, cuyo último
tramo menciona la Escuela al Centro, junto con los nuevos dispositivos
administrativos que multiplican las funciones de los supervisores escolares.
Ellos deben fragmentarse en tareas que la Secretaría de Educación Pública
define como “administrativas, laborales, técnico-pedagógicas, de información,
comunicación, enlace, supervisión, control, seguimiento y evaluación; asimismo,
de apoyo, asistencia y acompañamiento a las escuelas” (Jiménez y Caballero,
2018, p. 32). Son más de dieciocho funciones a desempeñar sin un equipo de
trabajo, ni presupuesto, ni oficina –lo que estaría en manos de cualquier
administrador de una empresa–: ¿qué no es el modelo gerencial el que se desea
imponer?
Un asunto común en los relatos es que
los supervisores se ven así mismos como “todólogos”. Además de la amplitud de sus tareas establecidas
oficialmente, existen otras no escritas que desempeñan, tales como recoger
nóminas. Al respecto, Marco opina: “Incluso cargamos la leche, los libros, lo
de Cruz Roja, tal parece que somos como un embudo y ahí nos vacían todo, y lo
que debemos hacer, no lo hacemos” (p. 115); añade que recogen zapatos y
uniformes, fiscalizan el trabajo de directivos y docentes, obedecen:
nos traen muy ocupados con la
cuestión administrativa. Cada día más cuestiones administrativas. Hoy, cuando
abrí el aparato tenía: 65 mensajes. Esa es mi ocupación principal ahora. Leer y
responder mensajes. Correr a buscar la información o enviar otros mensajes para
que los directores la busquen (p. 115).
Estas disposiciones contradicen el
impulso a la autonomía de cada escuela porque como lo menciona Juan Antonio,
“está enmarcada, acotada por el marco legal” (p. 208). El contexto social es
otro limitante, ya que en ocasiones les brinda aún más tareas, como las de
investigar a pederastas de la colonia, o ajustar los tiempos del ciclo escolar
a los de siembra y recolección, en poblaciones rurales migrantes cada vez más
escasas.
Otro asunto que podemos desprender de
la enorme lista de tareas que desempeñan los supervisores, es la multiplicidad
de mandos que terminan desdibujando la línea de autoridad, o el propósito a
seguir:
tenemos muchos jefes y todos nos
piden documentos, […] son muchos requerimientos, son muchas dependencias que, a
través de servicios educativos, o de jefatura de sector, del coordinador
regional, nos requieren información, bajarla y enviarla (p. 121).
Para los supervisores de los
municipios y comunidades fuera de Torreón, Coahuila, la dificultad estriba en
ir a la ciudad para una o dos horas de reuniones que “no empiezan a tiempo,
siempre tardan y entonces ya se perdió la mañana” (p. 115). Además, en
ocasiones son en vano pues requieren de una a dos horas de traslado, donde el
resultado es: “Venga por papelería, devuélvala llena con firmas, recoja esta
otras, tenemos una reunión, y así cada semana” (p. 81). Estas oficinas
centrales que los convocan, parecieran desconocer la distancia. La misma
omisión aplica en las condiciones de los sitios de trabajo: quienes han logrado
ubicarse en una oficina, deben usar sus propios recursos —y en ocasiones, mano
de obra— para pintarlas, enyesarlas, poner lámparas o aire acondicionado. Por
lo general, los supervisores compran sus computadoras e impresoras; las colocan
en el automóvil, a manera de cubículo de trabajo. A falta de luz o señal de
Internet, deben inscribirse o enviar reportes desde negocios que rentan el
acceso al ciberespacio, o desde el pie de carretera, que es donde acceden a la
web.
Las carencias relatadas muestran un
abandono institucional que se combina con la violencia social, es decir, con
las amenazas, golpes, o tiroteos que también han tenido que sortear. La
dinámica de ataques también proviene de algunos padres de familia de las
ciudades, quienes son capaces de agredir verbalmente al personal, o de
acosarlos a través de los medios de comunicación, culpándolos de las carencias
estructurales. En estas situaciones, los supervisores contienen, aconsejan,
encaran. Los más longevos, han acumulado una serie de experiencias como
docentes, directivos, y parte de la estructura sindical. Este bagaje les
servirá para enfrentar las contingencias, temiendo que quienes hayan accedido
al puesto por concesión sindical o por el examen de oposición, sean incapaces
de enfrentar problemas políticos o incluso, pedagógicos. Esta idea la comparten
los supervisores nuevos, quienes saben que su éxito en la prueba de oposición
no va acompañado de las herramientas necesarias para dominar las funciones del
puesto.
La descalificación hacia los nuevos
nombramientos llega hasta los docentes, quienes son acusados de no dejar el
celular, de una ausencia de humildad —no vienen de normales rurales ni han
trabajado en comunidades alejadas—, de comprar planeaciones, y de abusar de
permisos para faltar. Pese a ello, hay consenso: los jóvenes tienen un contrato
precario, sin base, que, en el mejor de los casos, será compensado por un
sueldo extraordinario en escuelas de jornada ampliada.
Los relatos también nos llevan a un
registro de aliento, de compromiso y trabajo colaborativo. Diego ejemplifica
este punto, a través del Tutorial para
padres de familia, un proyecto que diseñó para impulsar la lecto-escritura en comunidad, mostrando el afecto que tiene
por los educandos, el cual se expresa en palabras como las que siguen:
Cuando voy a las escuelas a dar
seguimiento a la lectura, salen los niños, me abrazan y me saludan; están
esperando que yo lea con ellos […], no sólo los valoro […], he logrado que lean
más bonito que yo. Se invierte mucho tiempo, atiendo uno por uno y no lo voy a
dejar (p. 112).
El compromiso expresa un acercamiento
y amor hacia los niños que se muestra en todos los relatos. En ellos también se
habla de comunidades rurales, así como de ciudades donde se han construido
fuertes vínculos de convivencia; espacios donde se reconoce la “actitud y
sentido de la responsabilidad, de gente buena, noble, que todavía respeta y
valora al docente” (p.200). En esta cercanía, varios supervisores han dejado
huella en los directivos que luego fungirán como relevo, ofreciéndoles
acompañamiento o el ejemplo que no tuvieron de sus padres. En otras palabras,
han ido tejiendo una comunidad a favor de los niños, acercando la ayuda de
empresas, superando barreras ideológicas. La unidad evita la deserción escolar,
activa la participación social, impulsa la creación de infraestructura, y
mejora los indicadores académicos. Juanita por
ejemplo, expone el caso de algunas primarias que “ofrecen apoyo de trabajo a
algunos padres, transporte, útiles escolares, a veces uniformes deportivos
[…]”, también a los niños “los traen y los llevan a sus casas” (p.124). Todo
esto nos muestra que existen colectivos docentes que no escatiman en apoyar a
familias en desventaja, incluso con sus propios medios.
Con seguridad, son varias las
aportaciones que podemos desprender de la lectura. La primera se dirige a los
aprendices de docentes: el libro les permitirá comprender que su trabajo no se
limitará al aula, sino que deberá ampliarse con su participación social y
sindical. Así mismo, les dará material para indagar sobre las trayectorias de
sus compañeros de mayor edad, generando una plataforma de comunicación de algo
inexistente: el diálogo intergeneracional entre los profesionales de la
educación. Se trata entonces, de superar el desconocimiento, así como la
desconfianza; de transmitir una serie de valores y saberes acumulados sobre el
logro académico, o la comunidad profesional.
Para el profesional educativo, el
material ofrece estrategias de sobrevivencia y de ascenso dentro del
magisterio, también asuntos puntuales para la intervención escolar. Así mismo,
brinda la oportunidad de conocer la perspectiva de distintos actores dentro de
la estructura vertical, advirtiendo las posibilidades de cada puesto, sus
retos, y visiones en común. Además, al docente-investigador le permitirá
problematizar sobre temas de interés, anticipando el método de abordaje, o
planificando el trabajo de campo basándose en la experiencia documentada.
El libro también crea el espacio para
implicarnos, ampliando nuestro juicio, un hecho necesario si consideramos las
palabras de Manuel: “Los maestros tenemos una formación para obedecer. Actuamos
por una indicación” (p. 202), lo que plantea la oportunidad de pensar tanto
individualmente como en conjunto, reafirmando nuestro derecho a reinventar los
espacios fragmentados, los cuales siguen condenando al magisterio a la
desvalorización moral y económica.
Referencias
Jiménez Lozano, M. L. y Caballero
Arriaga, M. (2018). Supervisores
escolares. Trayectorias, sensibilidades y disposiciones al acompañamiento
pedagógico. México: Colofón, 225