Revista de Investigación Educativa 17
julio-diciembre, 2014
ISSN 1870-5308
Instituto de Investigaciones en Educación
Universidad Veracruzana
Xalapa, Ver., México
Revista de Investigación Educativa 17
julio-diciembre, 2014
ISSN 1870-5308
Instituto de Investigaciones en Educación
Universidad Veracruzana
Xalapa, Ver., México
Trayectorias y cambios identitarios en dos grupos académicos: Refundadores y Herederos del Colegio de Pedagogía. Universidad Autónoma de Nuevo León (1970-1990)
Dra. Rosa Martha Romo Beltrán
Estudiante de Post-doctorado
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Estudios Socio Urbanos
Profesora Investigadora, Universidad de Guadalajara, México
rosam@cencar.udg.mx
Recibido: 09 de octubre de 2012 | Aceptado: 26 de febrero de 2013
Introducción
Me interesa hacer referencia a las transformaciones institucionales que las políticas universitarias han impreso en los proyectos institucionales y su huella en las trayectorias grupales y personales. Toda vez que las políticas y planes universitarios propician “intercambios materiales, imaginarios y simbólicos”, lo que genera la naturaleza de la institucionalización, tal y como lo señala Ibarra Colado (2001, p. 26), por lo que configuran mandatos en los que subyacen, desde la perspectiva del análisis institucional (Fernández, 1994) y, en el caso referido, desde la dimensión organizacional y cultural, procesos de toma de decisión en torno al campo de conocimiento y se concretan en propuestas curriculares, que a la vez propician estilos de relación y vínculos con el conocimiento, la institución, los estudiantes y los grupos de pares diferenciados. Interrelaciones que en el intercambio cotidiano generan, a la vez, identidades y trayectorias académicas que se diversifican con el acuerdo al momento histórico, el avance del campo de conocimiento y el tipo de vínculo que los académicos establecen con la institución y el proyecto educativo.
Objetivo
Reconstruir la temporalidad institucional, en especial los períodos previos y los movimientos que posibilitan la construcción de proyectos innovadores en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, durante la década de los setenta y ochenta.
Destacar los constructos que se generan dentro del espacio educativo a través de la interrelación de los académicos, y que en su vínculo con el proyecto institucional, el campo de conocimiento y los grupos de pares conforman identidades diferenciadas, lo que destaca la fuerza instituyente de los colectivos en las instituciones.
Mostrar la trayectoria de dos grupos de académicos: los “refundadores” y los “herederos”, en dos momentos: primero, el de consolidación, en el que destaca un fuerte sentido de pertenencia grupal, conformando identidades fuertes, de tipo comunitario. La segunda fase tiene que ver con la progresiva dispersión de dichos grupos, a partir de cambios institucionales, personales, giros en las prácticas académicas y otro tipo de dinámica en los procesos identitarios, más cercana en ese momento a las nominadas desde la perspectiva sociocultural como “identidades diaspóricas”.
La cultura y la institución
Desde la perspectiva institucionalista me interesa abordar la dimensión cultural, desde la cual es posible advertir los movimientos que se generan a través de los mandatos institucionales y provocan sismos y fisuras grupales, pero que a la vez propician progresiones y temporalidades diferenciadas tanto en el ámbito institucional como en las trayectorias de los actores y los referentes identitarios. ¿Cómo son vividos? ¿Cómo se coexiste con lo instituido? ¿Qué tipo de constructos colectivos edifican?
Son algunas de las interrogantes bajo las cuales abordo las trayectorias de los dos grupos de académicos, “refundadores” y “herederos”, los primeros diseñando un nuevo modelo académico en la fase que he nombrado de “Refundación de la Licenciatura en Pedagogía” en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL); en tanto que el segundo grupo se conforma por egresados de la segunda y tercera generación de la carrera y se caracteriza por su gran identificación con el grupo refundador y la construcción, como puesta en marcha del nuevo proyecto.
La cercanía de los “herederos” al grupo “refundador”, tiene que ver con la proximidad académica hacia la nueva propuesta, toda vez que participaron en su reconstrucción como estudiantes de los últimos semestres y posteriormente se incorporaron como nuevos profesores a la licenciatura, invitados por el grupo “refundador”.
El periodo al que hago referencia, desde la fase de refundación hasta la dispersión de ambos grupos, abarca un lapso de aproximado de 15 años, desde 1976 hasta 1990.
Aportes del análisis institucional, la teoría de grupo y la cultura
He abordado estas transformaciones a partir de los significados que los académicos otorgan a los mandatos institucionales, con el objeto de dejar hablar, escuchar, de acuerdo con Kaës (1996), cómo la institución contiene, a la vez que “sufre en nosotros”. Es desde la perspectiva del análisis institucional y la teoría de grupo, que me interesa dar cuenta de la forma en que los sujetos habitan las instituciones.
¿Por qué analizar la grupalidad desde el “análisis de lo institucional”? Porque desde esta perspectiva es posible abordar la complejidad de hechos y situaciones que se viven al interior de la vida institucional, bajo el predominio de los sujetos, y recuperar las producciones que realizan en el trayecto por ella, toda vez que la institucionalidad atraviesa a los sujetos en forma indisoluble. Las instituciones “son los espacios en que los sujetos aprenden a organizar sus conductas de acuerdo con los requerimientos y expectativas de los ‘otros’, basados en un sistema de normas y valores específicos que se esperan equitativos” (Fernández, 1996, p. 76).
De aquí que el abordaje de las instituciones desde perspectivas bien socioanalíticas, así como las derivadas de la psicopedagogía institucional, o bien del análisis de lo institucional, poseen como referente el trabajo antropológico de Freud (1979a-b), específicamente los referidos a la “Psicología de la masas y análisis del yo”, y en especial, “El malestar en la cultura”, los cuales nos permiten entender las tensiones inevitables entre los deseos de los individuos y la necesidad de amoldarlos a formas sociales admitidas.
La institución, aclara Fernández (1994), considerada como objeto cultural expresa cierta cuota de poder social, toda vez que nos enfrenta a las normas-valor que adquieren fuerza en la organización social de un grupo o a la concreción de las normas-valor en establecimientos; la institución expresa la posibilidad de lo grupal o colectivo para regular el comportamiento individual (p. 112).
Por ello es posible entender tanto la dimensión normativa que caracteriza las instituciones educativas como sus contradicciones, rupturas y nuevas construcciones, toda vez que emerge la autonomía intelectual de los actores, lo que destaca la capacidad instituyente de los sujetos que las habitan.
Es posible entonces concebir la institución como una red simbólica constituida por componentes tanto funcionales como imaginarios; como instituciones de vida, de existencia, en tanto que, parafraseando a Kaës (1996), permiten el mantenimiento y la renovación de las fuerzas vivas de comunidades de sujetos, toda vez que en ellas es posible vivir, trabajar, amar, transformarlas (p. 32).
El análisis de lo institucional me permitió el anclaje de las distintas dimensiones en las que me he movido en estas aproximaciones socio-antropológicas, en las que lo prioritario ha sido el abordaje de los sujetos en la institución desde su dimensión intersubjetiva y el vínculo con los tiempos institucionales.
Metodología y posicionamiento epistemológico
La posibilidad de recuperar historia institucional bajo los distintos sentidos que le otorgan los sujetos, permite recobrar la memoria colectiva y transformarla en memoria activa, “esa memoria con la que el investigador indaga, compone y recompone” (Le Goff, 1991, p. 38).
Es esto lo que le da sentido al rescate de la historia invisible, por ser la que aporta elementos para la producción de sentido, en la que se generan procesos identificatorios, sentidos de pertenencia, trayectorias personales. Memoria colectiva que permite reconstruir la conciencia histórica del pasado a través de los actos y prácticas del presente, permitiendo, a la vez, la proyección hacia el futuro. Son abordajes en los que se hace patente la primacía de los sujetos en las instituciones sin negar las determinaciones estructurales.
Una de las posibilidades de reconstrucción de dicha “historia humana” la encontramos en la recuperación de los datos de primera mano, desde la perspectiva de los relatos de vida. Son construcciones que se caracterizan por una permanente tensión entre el sujeto y la institución, por lo que es indispensable la inclusión de la dimensión socio-antropológica en el rescate de datos así como en su interpretación, con el objeto de explicar el interjuego entre lo individual y lo contextual.
El trabajo con la narrativa cobra importancia en tanto que al activar a través de los relatos la memoria de los informantes, se accede a una lucha frente al olvido, “frente a la muerte”; permite la construcción de sentidos que de otra forma pasan desapercibidos para el narrador y muchas veces también para los informantes. Es a través de la memoria activa por la cual nos constituimos como sujetos, toda vez que “somos en la medida en que nos contamos historias”. La narrativa adquiere relevancia, en tanto que “la vida es siempre, necesariamente, relato: relato que nos contamos a nosotros mismos” (Torres, 2004, p. 135).
Lo central desde esta dimensión socio-cultural es el rescate de los significados que construyen los actores, develar cómo los sujetos habitan, viven las instituciones, con el reto concomitante de objetivarlos, mediante evidencias empíricas, documentales. Por ello hablamos de campos donde los sucesos humanos ocurren en lo grupal y en lo institucional, más específicamente en las relaciones entre ellos.
Desde el aporte de las corrientes institucionalistas francesas, sigue siendo importante considerar la institución en la permanente relación dialéctica entre lo instituido y lo instituyente, lo que nos permite pensar que ésta seguirá creciendo y desarrollándose mientras cada acción tenga la capacidad de cuestionar lo instituido y volver a instituir, crear y recrear nuevas acciones como respuesta a las necesidades actuales (Fernández, 1998, p. 42).
Es desde esta dimensión cultural-institucional que he realizado mi aproximación, trabajo de campo y reconstrucción de los significados bajo los cuales habitaron la institución dos grupos de académicos: refundadores y herederos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL.
Abordaje metodológico
Considero importante aclarar el lugar desde el cual indago, recupero y documento esta historia institucional. Mi adscripción institucional actual no corresponde al caso estudiado, si bien viví la experiencia de innovación que refiero, la reconstrucción la realizo después de 20 años de no pertenecer a esa institución.
La aproximación y selección del universo de indagación la organicé eligiendo informantes que aportaran datos en tres dimensiones:
I. Contextual-Institucional (fundamental para este trabajo):
II. Refundadores: relatos de vida, trayectorias y estilos de adscripción institucional
En la Tabla 1 se muestran las fases, niveles y número de informantes.
A través de estos datos de primera mano, he avanzado en su contraste con otros informantes, datos de archivo y en diálogo constante con la teoría, para construir las categorías analíticas que presento en el siguiente apartado.
Tabla 1. Metodología
(Recientemente integré a tres informantes más: Académicos argentinos exiliados en este periodo en México, que han vuelto a su país: dos varones y una mujer)
*m = mujer
**v = varón
Fuente: Creación propia.
Resultados
Aquí documento la reconstrucción Institución-contexto y sus fases, elaborada a través de los significantes que estructuraron el discurso de los informantes. En esta dimensión de análisis seleccioné la narrativa de los ex directivos y profesores con mayor antigüedad en la institución (Tabla 1), confrontando con datos de archivo, bibliográficos e información institucional.
Refundación de la Licenciatura en Pedagogía. Universidad Autónoma de Nuevo León
Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras
Teniendo como telón de fondo el enfoque del Análisis de lo Institucional aludido, presento ahora un breve recuento de los períodos por los que transitó la Facultad en su fundación, primero como Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras,[1] hasta la actual Facultad de Filosofía y Letras,[2] toda vez que en ella surge en la década de los setenta, específicamente en 1974, el Colegio de Pedagogía y con él, el proyecto inicial de ofrecer formación de posgrado a profesores normalistas.
Proyecto que, aunado a los cambios institucionales del entorno y de la misma Facultad, impulsa a los profesores que he nombrado refundadores a otro tipo de discusiones académicas que culminan en la construcción de una licenciatura –que no estudios de posgrado– centrada en la discusión acerca de la conformación de un nuevo campo de conocimiento: el educativo y las prácticas que del mismo se derivan, rebasando los proyectos de formación dirigidos al magisterio normalista.
La Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la entonces Universidad de Nuevo León, “se creó por acuerdo del Consejo Universitario (máximo órgano de decisión de la UANL), el 21 de abril de 1950” (De la Torre, 1991, p. 1), bajo el rectorado de Raúl Rangel Frías, personaje destacado en la vida cultural y política del estado, quien había sido promotor de la “escuela de verano”, tal como lo destaca uno de mis informantes profesos re-fundador:
[La Facultad] se crea como resultado de […] aquella escuela de verano que se inició por el 45-46 y que traía a la ciudad, a través del Departamento de Acción Social […] que era un Departamento como de extensión […] Era quien trasladaba a la ciudad intelectuales destacados para hablar de asuntos que en general tenían que ver con la filosofía, con la literatura, con la historia. (M. Avilés, comunicación personal, 14 de enero, 2011)
Rangel Frías además de ser abogado, fue un gran impulsor del humanismo, en tanto que su afiliación al oficialista Partido Revolucionario Institucional (PRI), lo llevó posteriormente a la gubernatura del estado. Este vínculo político-cultural marcó el nacimiento de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras y su primera orientación de corte “humanista liberal- oficialista”, como lo describe otro profesor refundador:
La Facultad se crea, desde mi punto de vista, como proyecto del Estado […] para atender el desarrollo de la cultura [pero en los inicios], se crea, concretamente para formar profesores para la universidad, profesores incluso del campo de las ciencias naturales, como una especie de Escuela de Altos Estudios, o Escuela Normal Superior. (Comunicación personal, 16 de marzo, 2010)
La nominación inicial de Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras, la conservó hasta la mitad de la década de los sesenta, para transformarse posteriormente en Facultad de Filosofía, Letras y Psicología, ante la integración de esta última carrera, pero no ya de los estudios correspondientes al área de ciencias exactas, como lo señala Miguel de la Torre (1991):
El nombre de Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras, y consecuentemente, los cursos del área de las ciencias exactas orientados a la formación de docentes universitarios en ese campo, habrían de durar en nuestra institución algún tiempo; luego y ya en el campus universitario, entre 1966 y 1973, pasará a ser la Facultad de Filosofía, Letras y Psicología, por haberse agregado a ella la carrera de Psicología. (p. 10)
Es en 1974 cuando se transforma en la actual Facultad de Filosofía y Letras, y abarca el periodo que he nominado de refundación (1974-1980), vinculado de igual forma a la aparición de nuevas profesiones, entre ellas la Pedagogía, con el abandono paulatino en todos los programas institucionales orientados a la formación magisterial y su sustitución por licenciaturas, por lo que a continuación muestro el desarrollo de la siguiente fase.
La Refundación: 1974
Las distintas fases en el proceso de aparición, refundación e institucionalización de la carrera de Pedagogía en la actual Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), nos muestra diversas temporalidades en las que es posible advertir formas de gestión diferenciadas.
Me interesa destacar el clima institucional que acompañó la concreción de proyectos académicos, desde la perspectiva del análisis de lo institucional, esto es, desde el conjunto de significados bajo los cuales habitaron la institución el grupo de académicos que he nombrado refundadores por su participación en el segundo momento, el de Refundación de la Facultad de Filosofía y Letras y en particular del Colegio de Pedagogía (1976-1988), en contraste con las dinámicas que se generaron al iniciar la década siguiente.
El proyecto de Refundación se vinculó a sólidas afinidades político-académicas de sus integrantes, toda vez que los estilos de organización y producción institucional en ese espacio estuvieron marcados por la prevalencia del trabajo grupal y la creación colectiva, lo que generó identidades grupales fuertes, de tal forma que el referente grupal y sentido de pertenencia a éste, constituyó el núcleo del movimiento institucional, lo que funda, a la vez, una nueva etapa en la Facultad, bajo el privilegio de lo académico-político-grupal. Estas nuevas configuraciones es posible advertirlas en la Figura 1.
Figura 1. Los Refundadores
Fuente: Creación propia.
Los proyectos de refundación de la Facultad de Filosofía y Letras se vincularon a propuestas que provenían de la experiencia en la militancia política de directivos y colectivos de maestros en distintos grupos de izquierda, así como por el acompañamiento del recién creado Sindicato de Profesores Universitarios, que aunado al activismo y “la insurgencia estudiantil”, culminó en 1969 con el logro de la autonomía universitaria, como lo señala uno de los ex funcionarios de la Facultad, y entonces militante del Partido Comunista:
En ese mismo año [1968] estalló el activismo estudiantil en la universidad y en el 69, el logro de la autonomía. Por eso se están conmemorando acá, en actos casi privados, los 40 años [de la autonomía] porque institucionalmente no hay ni un guiño de que se quieran acordar. (J. H. Treviño, comunicación personal, 19 de noviembre, 2009)
Las repercusiones gubernamentales, desde la agitación estudiantil de 1968, aunada al movimiento por la autonomía que se gestó en la misma Universidad, se hicieron sentir de inmediato, y en el mismo año de 1969 el gobierno estatal encabezado por Eduardo Elizondo, promovió la apertura de universidades privadas, a través de los vínculos que mantenía con empresarios regiomontanos, aduciendo problemas presupuestales para el apoyo a la universidad pública, pero en realidad, con el objeto de desarticular la congregación de alumnos y los movimientos estudiantiles en estas instituciones.
Sin embargo, al interior de la Facultad de Filosofía, continúa un proceso de avance académico-político y de reestructuración, toda vez que se fortalecen por la experiencia y participación que aportaron los nuevos “grupos” de izquierda que participaron en la construcción de los nuevos proyectos institucionales, tales como: los Espartaquistas, Concepto Estudiantil (sin olvidar a los activistas de la Liga Comunista 23 de septiembre, en ese momento excarcelados, y algunos de ellos de reciente incorporación a la planta docente),[3] frente a los otrora grupos liberales y conservadores que predominaron en la Facultad desde su origen.
Dicha apertura dinamiza la vida académica: los espacios de decisión colegiada y la impronta del trabajo grupal se instituyen como modelo de gestión predominante, en tanto que la confrontación en el plano epistémico entre grupos es cada vez más explícita, lo que fortalece la vida institucional, toda vez que evidencia diversas posturas, cuestionamientos y formas de abordaje de la complejidad social. La refundación de la Facultad va acompañada de la aparición de nuevas profesiones: Licenciatura en Historia, Pedagogía, Sociología, Lingüística Aplicada y posteriormente la Licenciatura en Bibliotecología (Romo, en prensa, p. 48).
Fue este el contexto que abrió la posibilidad de Refundación de proyectos institucionales y académicos innovadores que acompañaron la reorientación de la incipiente carrera de Pedagogía y posteriormente de todas las licenciaturas de la Facultad de Filosofía y Letras, a través de la propuesta institucional nominada “Modelo Académico Alternativo” (1984),[4] en el que se advierte la apertura académica, interdisciplinaria y de innovación que caracterizó a dicho “Modelo”.
El crecimiento en cuanto a número de matrícula y creación de nuevas licenciaturas respondió a la consabida demanda estudiantil que durante la década de los setenta vivieron las universidades mexicanas, pero también como estrategia política de estos grupos de izquierda en ascenso dentro de la Universidad, que se colocaban en puestos directivos, tal y como lo señala otro ex funcionario de la Facultad de Filosofía y Letras:
Se abrieron nuevas licenciaturas porque a mayor número de carreras, profesores y estudiantes, mayor era el presupuesto asignado a la Facultad. (T. González, comunicación personal, 29 de noviembre, 2009)
Si bien estos momentos de Refundación develan enfrentamientos entre grupos, uno de los signos distintivos fue el que los nuevos proyectos compartían concepciones semejantes en el plano ideológico, académico y político, en especial entre los aludidos grupos provenientes de la izquierda y la integración de académicos extranjeros, como los exiliados argentinos, quienes fueron invitados a sumarse a la planta docente, lo que favoreció nuevas discusiones académicas con la ya descrita institucionalización del trabajo grupal y la construcción de proyectos colectivos. Los referentes grupales podemos apreciarlos en la Figura 2.
Estos procesos de cambio institucional colocan a la Facultad de Filosofía y Letras, como promotora de innovaciones importantes tanto en lo gremial, institucional, académico, como así en los estilos colegiados de trabajo. Al tiempo que se genera otra reestructuración más, toda vez que se independiza la Licenciatura en Psicología de la Facultad de Filosofía y Letras, para constituirse, la primera, en una Facultad independiente.
En tanto que en Filosofía y Letras se generan diferencias y enfrentamientos político-ideológico y académicos entre los grupos de Refundadores y Normalistas, como veremos a continuación.
Figura 2. Facultad de Filosofía, Letras y Psicología
Fuente: Creación propia.
1974: Los Normalistas
El primer coordinador del Colegio de Pedagogía, egresado de Normal Básica, con una fuerte experiencia en ese ámbito y en cargos directivos, cursó la Licenciatura en Filosofía en la misma Facultad y fue apoyado políticamente por el grupo médico en el proceso de apertura del plan de estudios en 1974. Dicho perfil normalista lo compartía la primera generación de estudiantes, quienes en ese momento contaban aún con formación técnica, por lo que acceden a la universidad bajo la expectativa de lograr el grado de Maestría, como sucedió en otras universidades del país, lo que les permitiría, además de contar con posgrado, trabajar en bachilleratos y en la misma universidad.[5]
Sin embargo, no prosperó este primer proyecto en gran parte por el clima político que se vivía en la Facultad y también porque se trasladó en forma íntegra el plan de estudios de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), lo que hacía depender el programa de un grupo de profesores de la misma UNAM, muy ligados de igual forma al normalismo. Esto originó el primer gran sismo y el enfrentamiento académico-político e ideológico, así como de estilos de gestión diferenciados, que aún subsisten en la carrera y en la misma Facultad, sin posibilidad de encuentro: “Normalistas versus Universitarios”, pero que a la vez marcan dinámicas y temporalidades distintas.
1976: Refundación
Es este el contexto en el que surge la refundación del Colegio de Pedagogía, ya que se integran nuevos grupos académicos que sustituyen, o bien, conviven con el colectivo fundador de la carrera.
La incorporación de los profesores con adscripción a grupos de izquierda, así como la llegada de exiliados argentinos en 1976, conformó un ambiente en el que la militancia se volcó al ámbito académico, además de que se privilegiaron estilos de gestión que promovían la participación y construcción de proyectos colectivos, y aún cuando convivieron con estilos de control muy rígidos y centralizados, en especial en la figura de los directivos, fue un período en el que se fortaleció el sentido de pertenencia, de colectividad en los grupos académicos, generando una gran capacidad instituyente.
De igual forma se advierte el estilo de configuración identitaria de estos nuevos grupos académicos, en los que priva el sentido de pertenencia bajo la “dimensión del yo-nosotros” en el ámbito profesional, que a la vez constituyeron modelos culturales y formas de organización y relación muy fuerte, en los que los actores se conocían, o desconocían, no sólo en el ámbito laboral. Al conformar relaciones subjetivas e intrasubjetivas fuertes, vemos que las mismas trascendieron el ámbito del empleo incidiendo en los estilos de implicación en el trabajo. Las formas de organización laboral y social, incidieron también en los vínculos familiares y afectivos, lo que conformó un tipo de organización nominada por Dubar (2002), “societal-comunitaria”, para este tipo de conformación identitaria, toda vez que se compartían distintos ámbitos de la vida profesional y privada.
La noción de colectividad permitió a los actores incluirse, ser protagonistas y partícipes en la conformación y desarrollo de proyectos colectivos. Los estilos de trabajo y la concepción académica rememoran la formación de tribus, en las que los referentes identitarios condensan afinidades académico-políticas e ideológicas.
1988-1990: La pulverización y los guiños de la globalización
A través de la reconstrucción de la historia de la carrera mediante los relatos de vida, fue posible advertir la conformación de trayectorias académicas y su paulatina reestructuración. De igual forma fue posible advertir cómo el proyecto académico se fue rediseñando en función de nuevas experiencias y vínculos que tanto Refundadores como Herederos llevaron a cabo, tanto con otros grupos de trabajo externos a la institución, como con otro tipo de prácticas que abrían nuevas posibilidades de desarrollo profesional. De tal forma que tanto Refundadores como la tercera generación de (en ese momento) jóvenes académicos que he nominado los Herederos,[6] fue avanzando hacia otros espacios y/o prácticas profesionales, que a la vez inciden en la “temporalidad grupo-institución”. En la Figura 3 vemos tal progresión.
Figura 3. Temporalidades del Colegio de Pedagogía (1974-1990)
Fuente: Creación propia.
A finales de los ochenta, se producen fisuras al interior del colectivo, bien por elegir otras instituciones que permitiesen desarrollar otro tipo de prácticas que cobraban mayor legitimidad en el mundo académico como la investigación, bien por acceder a estudios de posgrado (maestrías y doctorados), o para participar en proyectos innovadores como la “Universidad Virtual”. Aunado a lo anterior, también se dieron desplazamientos por razones de tipo económico a raíz de los bajos salarios que imperaron durante dicha década en las universidades públicas en el país, lo que obligó a buscar compensaciones económicas trabajando en otras instituciones y en especial en universidades privadas[7] de reconocimiento. Todo ello aunado a nuevas formas de gestión universitaria en las que se institucionalizó la evaluación y el auge de la planeación, bajo los criterios que estableció el gobierno federal para la asignación de recursos a las universidades, por lo que los proyectos académicos ya no dependieron únicamente del trabajo colegiado interno. Las nuevas estrategias institucionales fueron obedeciendo paulatinamente a los criterios y modelos de planeación, gestión y evaluación que marcaba la federación.
Esta dinámica, vinculada a los giros que se originan en las prácticas profesionales de los académicos y del campo pedagógico en particular, originó, en el caso estudiado, la fragmentación de grupos otrora integrados bajo proyectos institucionales propios, dando lugar a las diásporas y paulatinas desarticulaciones de proyectos y colectivos académicos.
Las trayectorias profesionales antes centradas en la docencia y el proyecto institucional, tomaron otros rumbos bajo la seducción ya de propuestas de instituciones externas que ofrecían salarios mejor remunerados, o la elección de otras prácticas profesionales emergentes y con mayor prestigio. Lo que originó la distancia paulatina del proyecto académico que configuró estos colectivos, integrándose a otras prácticas, grupos, y, en ocasiones, de la institución en la que se participó.
Este proceso generó cambios, reestructuraciones y otro tipo de dinámicas en el ámbito de la construcción identitaria, toda vez que al desdibujarse la permanencia de un proyecto institucional, así como la pertenencia a grupos estables de pares, se avanza hacia otras dinámicas, que nos recuerdan la noción trabajada por Robin (1998) en cuanto a la “pulverización de las identidades”. Esto es, se advierte que son procesos en los que no existen posiciones fijas, por el contrario, “esas posiciones están en movimiento y a destiempo, son los mismos los que pasan de una posición a otra permanentemente” (p. 35). Esta noción nos aproxima a la celeridad con la que se convive actualmente en todos los ámbitos, incluido el laboral, y donde las reestructuraciones identitarias son paulatinas.
Estos cambios paulatinos nos permiten advertir temporalidades grupales e institucionales diferenciadas y en constante cambio. Movimiento que a la vez dinamiza los referentes identitarios y el tipo de pertenencia institucional, grupal y personal. Es posible advertir estos cambios en las conformaciones identitarias de los grupos referidos con una diferencia de aproximadamente una década, ya que si en los ochenta, el referente que agrupaba a Refundadores y Herederos fue una constitución identitaria y grupal fuerte, de corte “comunitario”, hacia el inicio de los noventa se genera la diáspora, la disgregación grupal que va acompañada de cambios institucionales, así como de la diversificación del tipo de prácticas profesionales (Figura 4).
Figura 4. La Diáspora
Fuente: Creación propia.
Advirtiendo estos distintos movimientos, he recurrido al análisis de otras perspectivas que me permitan explicar los nuevos constructos identitarios. En este sentido, encuentro luz en los trabajos que desde la perspectiva socio-cultural han explicitado los nuevos procesos que se gestan a raíz de la actual dinámica socio-institucional y su incidencia en las identidades profesionales. En especial me ha interesado la perspectiva de Mireya Fernández (2008), quien nomina este nuevo tipo de construcciones Identidades diaspóricas y nos aporta un encuadre a través del cual es posible advertir estas nuevas reconfiguraciones que se gestan con la celeridad de cambios y referentes identificatorios. Procesos y construcciones emergentes que la autora diferencia de otro tipo de desplazamientos y desplazamientos laborales y profesionales, como son la migración o el exilio.[8]
Retomé la noción de conciencia diaspórica para referir estas identidades recreadas entre los grupos intelectuales en las que, parafraseando de nuevo a Mireya Fernández, se conservan los referentes de la sociedad de llegada y la cultura de la sociedad de partida, una nueva construcción enriquecida con ambos tipos de capitales, lo que conforma otro tipo de construcción cultural: “las diásporas de las comunidades imaginarias”, así como el lugar de encuentro, de confrontación, y conflicto. Consiste en una dinámica de negociación e intercambio entre distintos sujetos y como un proceso en continua transformación en relación con los otros, con los pares con quienes se generan nuevos vínculos, acorde a los cambios estructurales. Por ello podemos considerar “las identidades culturales como puntos de identificación inestables, con procesos constantes de identificación y sutura” (Fernández, 2008, p. 318).
En el caso trabajado, los referentes de pertenencia institucional-grupal, fueron en los inicios muy claros y marcados por la permanencia institucional de los actores, lo que a la vez tuvo que ver con el período de expansión de las universidades públicas en México a partir de la década de los setenta, con el consabido ingreso de gran cantidad de nuevos profesores, la mayoría de ellos jóvenes, incluso pasantes o estudiantes de licenciatura, o bien recién egresados.
En este caso, aflora en la narrativa actual un sentido de desgarramiento, de pérdida, ya que aun cuando se reconozca que en el momento de desplazamiento a otros grupos, instituciones y/o actividades se contó con otro tipo de compensaciones –económicas o académicas–, al desplazarse hacia otras instituciones o prácticas, aparece sin embargo la nostalgia: el anhelo hacia el sentido de pertenencia grupal, bajo la remembranza de la noción del “nosotros”, de la “comunidad que fuimos”. Frente a ello, predomina actualmente la sensación de gran vacío de los que regresan a la institución de origen, o bien al lugar de refundación, y lo habitan nuevamente, así como los que migraron. En los primeros, el desplazamiento significó una búsqueda y un vínculo con otro entorno, y que actualmente, al reintegrarse a la institución de origen, significa “un retorno al no lugar”.
Aparece la figura de una doble traición, a la fundación y al origen; es también una rebelión frente a la institución que no reconoció la dimensión humana de estos grupos refundadores. Ya que si bien emerge la capacidad de agenciamiento, esto es, de elección y decisión personal, por otra parte muestra la expulsión que generan las instituciones, como en el caso referido, en el que la prevalencia de bajos salarios[9] y la incapacidad para adecuarse a nuevas políticas de homologación de académicos (como ya se venían gestando en otras universidades públicas del país),[10] aunado a la ausencia de nuevos proyectos institucionales, así como el abandono de prácticas emergentes en la academia. Tal es el caso de la investigación, que hasta la fecha ha contado con poco apoyo en la institución indicada.
Dinámicas que se instalan institucionalmente e imprimen nuevos rumbos a trayectorias académicas, conformando otro tipo de vínculos con la institución y prácticas profesionales, lo que a la vez instaura otro tipo de identidades profesionales. Reconfiguraciones que nos plantean la necesidad de seguir pensando las dinámicas que operan institucionalmente bajo los actuales estilos de gestión y conformación de proyectos en las universidades. Pero de la misma manera, nos orientan a revisar las nuevas crisis y dinámicas identitarias producto no sólo de la conformación de otro tipo de vínculos de los docentes con la institución, sino con los pares y con las formas del ser y hacer académico.
Aparece de igual forma el reto por trabajar y profundizar en el tema de la temporalidad en la que los sujetos se encuentran ubicados respecto a su vida profesional. Período que de igual forma tiene que ver con las representaciones con las que los académicos habitan la institución en el tránsito entre la etapa de mayor productividad laboral (con trayectorias marcadas por el éxito y reconocimiento, así como la búsqueda o la oferta de otros espacios u opciones profesionales), al pasaje progresivo hacia la jubilación y el retiro, por ejemplo.
Las distintas tensiones esbozadas inciden en la configuración de identidades profesionales, desde el sentido que los sujetos otorgan al trabajo, su situación laboral y etapa de vida. Por ello sostengo que las trayectorias académicas se encuentran marcadas por sismos y fisuras, por cambios permanentes. Transformaciones que se gestan por la evolución en las actividades que se realizan, los vínculos de trabajo, los nuevos grupos que se constituyen, el tipo de pertenencia y reconocimiento de los pares. También el compromiso de los actores con las actividades desarrolladas, por lo que aumenta la complejidad de procesos a los que nos acercamos al abordar las dimensiones inter e intrasubjetivas, en la constitución identitaria.
Es posible advertir la celeridad de estos cambios a partir de la década de los ochenta tanto en el contexto social como universitario. En lo institucional se evidencian dichas fluctuaciones, tanto en las transformaciones permanentes en los indicadores de evaluación regidos por nuevas políticas de planeación y evaluación de las instituciones y sus actores, como a la evolución de las prácticas profesionales y al avance de campo de conocimiento, lo que transforma trayectorias, formas de organización, vínculos con la institución y los pares, esto es, con la conformación de identidades profesionales.
De aquí que en las décadas de 1970-1980, encontremos conformaciones identitarias y grupales tan sólidas, y su progresivo avance a finales de los ochenta hacia trayectorias y constructos identitarios de tipo diaspórico como resultado de los cambios contextuales y organizacionales cada vez más acelarados, así como a políticas públicas que han orientado el trabajo académico hacia prácticas cada vez más individualizadas.
A modo de cierre
He elegido estos dos grupos con el objeto de analizar cómo los académicos se colocan y resuelven problemas frente a la emergencia de demandas, conflictos, prácticas laborales, así como de nuevas políticas institucionales y federales.
En el caso de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, la producción de excelencia e innovación durante la última mitad de los setenta y los ochenta, se centra en el diseño colectivo de proyectos, cuyo referente lo encontramos en la discusión permanente respecto a la constitución de nuevos campos de conocimiento como el educativo, y la concreción de estas discusiones en las innovaciones curriculares. El modelo de gestión dominante en la Facultad y sus grupos académicos, de los que nos ocupamos en su momento de consolidación, fue la decisión colegiada, el trabajo grupal, acompañado de un sentido de pertenencia muy fuerte, vinculado a su vez a la herencia en la adscripción a grupos de izquierda, por lo que el trabajo académico adquiere el cariz de militancia.
Recordando a Dubar (2002), he nombrado a este tipo de identificaciones como “societal-comunitarias”, toda vez que traspasa el ámbito institucional y permea las dimensiones de convivencia personal y familiar.
Las nuevas propuestas de gestión institucional renuevan fidelidades, acomodos, reorganizan a los sujetos desde afiliaciones y se inauguran otros lugares en la institución. Los cambios, las prescripciones innovadoras, los diferentes mandatos traen consigo la reconfiguración de identidades, en un triple movimiento entre la deconstrucción, reconstrucción y construcción de referentes identitarios. De igual manera tienen lugar novedosas formas de interacción, códigos emergentes, cambios en las representaciones de la profesión, de la institución y del lugar ocupado.
Esta movilidad influye en la manera de habitar el espacio institucional, en las trayectorias que van perfilando nuevos caminos, no sin desencuentros. Desde ahí adquiere importancia percibir los diferenciales de actoría, es decir, las estrategias y constructos que los sujetos conforman frente a nuevos escenarios. Todo ello evidencia formaciones identitarias inéditas, enfrentadas a la individualización de las situaciones y tareas a resolver en el momento, a partir de formas alternas de organización institucional.
De igual forma, la práctica académica se modifica; recordemos las reflexiones de Delamont (1984), que durante esa década analizó las características de la práctica docente, subrayando la especificidad de la misma, otrora centrada en un espacio cerrado y en un vínculo directo profesor-grupo. Por esto subrayó los distintos retos a enfrentar en esta práctica, en la que el profesor tendría que mantener el control del grupo a través de la demostración del dominio del contenido académico en un ambiente de aislamiento y autonomía dentro del salón de clases.
Frente a ello, advertimos ahora los cambios en el trabajo académico, el cual pierde progresivamente su carácter privado, avanzando hacia la esfera de lo público-externo y anónimo, a través del uso de las tecnologías de información y comunicación, así como de las redes sociales, lo que marca una distancia espacial y vincular importante. A más de que surgen otras prácticas de mayor privilegio en la academia como la investigación y la aspiración credencialista, con una influencia definitiva de las políticas de evaluación permanente decretadas por el gobierno federal y la consecuente absorción de las universidades.
Todo ello coloca a los académicos en un proceso de permanente reestructuración de trayectorias, de nuevas formas de filiación donde los grupos de referencia, por ejemplo, no son precisamente los institucionales, y no siempre los regionales o nacionales. Por lo que sostengo que el “sufrimiento institucional” de los nuevos académicos se ve ahora acentuado, toda vez que deben crear en el momento dispositivos para resolver problemas y colocarse en las demandas emergentes, así como en una permanente reconfiguración de prácticas y referentes identitarios, toda vez que las funciones se diversifican y cambian los criterios de evaluación institucional y federal en forma permanente. Los referentes son múltiples y cambiantes, la innovación requiere la conformación de nuevos constructos identitarios.
Los referentes identitarios inscritos en la continuidad desaparecen, el sentido que se le atribuye al trabajo como componente de la identidad profesional varía, los significados se transforman, al igual que el tipo de prácticas y las formas de adscripción institucional, por lo que la noción de diáspora, trabajada desde los estudios socio-culturales, nos proporciona elementos para continuar analizando estos procesos.
Otra dimensión que me ha interesado destacar en estos procesos de innovación aun en situaciones críticas, es la fuerza instituyente, a través de la cual los actores imprimen otro rumbo como respuesta para no quedar presos de las innovaciones o discursos democratizadores, sostenidos en nuevos modelos de gestión que llegan a los sujetos investidos de verticalidad. La demanda instituida es cada vez más compleja, propuesta ya como un nuevo modelo curricular o modalidad formativa, en la que no están socializados ni formadores ni sujetos en formación, sujetos a la mediación tecnológica y las demandas externas.
Los diversos modelos de gestión a los que me he referido, atravesados por historias discontinuas y que va de los años setenta a la actualidad, conservan como rasgo común, el ser proyectos gestados en los intersticios de actoría, de apropiación, de resignificación, antecedidos por la búsqueda de asideros por parte de los sujetos que habitan las instituciones educativas y el esfuerzo por encontrar vínculos, relaciones y producción de sentido a las prácticas desarrolladas.
Son estas algunas de las tensiones que ha sido posible advertir, incluso en los otrora grupos cohesionados por el interés en lo colectivo, en las discusiones disciplinares, quienes ahora se ven enfrentados a nuevas formas de gestión de las instituciones y el conocimiento, por lo que abordar estas nuevas construcciones desde el encuadre de la conformación de conciencias diaspóricas, nos abre otras posibilidades de indagación.
El tema sobre los emergentes estilos de gestión, su nivel y discurso innovador, su destiempo, la difícil relación entre lo vertical y lo horizontal, la búsqueda de equilibrio por parte de los actores entre lo instituido y lo instituyente, el centralismo de las mismas, su endogamia o dispersión, son lugares de abordaje diversos, donde no todo está dicho.
Lista de referencias
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[1]. De la Universidad de Nuevo León, México.
[2]. Así pues, al iniciarse el año escolar 1950-51 (septiembre del 50), quedó constituida la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras instalándose en un edificio propio en el centro de la ciudad (De la Torre, 1991, p. 2).
[3]. La Liga Comunista 23 de septiembre se constituye como movimiento de guerrilla urbana, conformado en gran parte por jóvenes estudiantes universitarios: “La Liga Comunista 23 de Septiembre fue un movimiento guerrillero marxista-leninista que emergió en México durante los primeros años de la década de1970. A diferencia de otros movimientos guerrilleros, la Liga 23 de Septiembre tenía una importante presencia en las grandes ciudades, entre ellas Guadalajara (Jalisco), Monterrey (Nuevo León) y la Ciudad de México. Nació como resultado de la fusión de varios movimientos armados de ideología socialista, y tomó como nombre la fecha del ataque de una guerrilla al Cuartel de Madera (Chihahua), liderado por el profesor Arturo Gámiz, el 23 de septiembre de 1965” (Cfr. Ramírez, 2004, p. 54).
[4]. El Modelo Académico Alternativo fue producto de un esfuerzo grupal en cuyo diseño participaron profesores de las seis carreras que funcionaban en la FFyL: Licenciatura en Filosofía; en Historia; en Letras Españolas; Lingüística Aplicada; Pedagogía y Sociología. Incluía un “Área Básica Común”, como espacio de formación general para todos los estudiantes de la Facultad. En la impartición de cursos de esta Área, participaban profesores de todas las carreras, lo que originó todo un proceso de formación de grupos interdisciplinares. Cada licenciatura estructuró a la vez su “Área Teórico Instrumental”, en la que se incluían cursos, seminarios y talleres de formación profesional y especialización de cada carrera (cfr. Facultad de Filosofía y Letras, UANL, Modelo Académico Alternativo, 1984).
[5]. Al respecto, Concepción Barrón Tirado ha documentado las disputas que este tipo de proyectos provocaron en la UNAM, esto es, el retiro de los profesores normalistas de la Facultad de Filosofía y Letras y la independencia de esta última, de la Escuela Normal Superior en la Ciudad de México. Movimiento que se reproduce en otros Estados del país. (Barrón,1992, p. 17)
[6]. Siguiendo a Landesmann, Hickman y Parra (2009), quienes han acuñado esta nominación, la cual coincide con las características del grupo al que hacemos referencia.
[7]. Las cuales cooptaban profesores de prestigio y con experiencia formados en universidades públicas.
[8]. Que tocó fondo en las universidades públicas mexicanas al final de los ochenta.
[9]. Hacia finales de los ochenta inicia el proceso de homologación de académicos en la UNAM, el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
[10]. El origen de las migraciones es de tipo económico, cuyo origen es de tipo económico, en tanto que el exilio tiene una atribución eminentemente política.