Revista de Investigación Educativa 13 ISSN 1870-5308, Xalapa, Ver. |
|||||||||||||||||||||||||||
Definiciones de discurso | |||||||||||||||||||||||||||
Deborah Schiffrin Traducción de Minerva Oropeza Escobar Recibido: 25 de agosto de 2010 Schiffrin, Deborah. (2000). Approaches to discourse. EEUU: Blackwell, pp. 20-43. 1. Introducción En este capítulo exploro tres diferentes definiciones de discurso e introduzco varios problemas básicos que subyacen a las descripciones de los seis enfoques de análisis del discurso que presenté en el capítulo 1. Hay dos paradigmas en lingüística que hacen diferentes asunciones sobre la naturaleza general de la lengua y los objetivos de la lingüística. A estos paradigmas a veces se les designa con diferentes términos: lo que Newmeyer (1983) llama paradigma formalista es similar al paradigma estructuralista de Hymes (1974b) y a lo que Hopper (1988) llama gramática a priori; al paradigma funcionalista se le conoce también como emergente (Hopper) o interactivo (Mey et al. 1992). Los dos paradigmas adoptan diferentes asunciones sobre los objetivos de una teoría lingüística, los métodos para el estudio de la lengua, así como la naturaleza de los datos y el tipo de evidencia empírica. Estos diferentes paradigmas también influyen en las definiciones de discurso: una definición derivada del paradigma funcionalista ve el discurso en términos de “oraciones” (sección 3) mientras que una definición derivada del paradigma funcionalista considera al discurso como “lengua en uso”. Una tercera definición de discurso intenta salvar la dicotomía formalista-funcionalista (sección 5). La relación entre estructura y función en general es un problema importante que se conecta con otros problemas centrales para el análisis del discurso. 2. Paradigmas formal y funcionalista A menudo se define al discurso de dos maneras: como una unidad particular de la lengua (más allá de la oración) y como una especialización (en el uso de la lengua; cf. Schiffrin, 1987a, p. 1). Las dos definiciones de discurso reflejan la diferencia entre los paradigmas formalista y funcionalista. Tan pronto revise brevemente los dos paradigmas, discutiré el discurso como estructura (sección 3) y el discurso como función (sección 4). Hymes (1974b, p. 79) opina que las siguientes cualidades permiten establecer un contraste entre los enfoque estructuralista (es decir, formalista) y funcional.
Leech (1983, p. 46) sugiere otros modos en que el formalismo y el funcionalismo se “asocian con perspectivas muy diferentes sobre la naturaleza de la lengua”, incluyendo los siguientes:
A riesgo de sobresimplificar, podemos decir que el funcionalismo se basa en dos asunciones generales: (a) la lengua tiene funciones externas al sistema lingüístico en sí mismo; (b) las funciones externas influyen en la organización interna del sistema lingüístico. Estas asunciones compartidas establecen un contraste entre el funcionalismo y otros enfoques que no se ocupan de la influencia de los procesos externos en la lengua (o conciben tal relación como irrelevante para los objetivos de la teoría lingüística). Dichas asunciones también establecen un contraste entre el funcioncionalismo y la perspectiva de lingüistas anteriores que restringían el análisis, en gran medida, a aquellas funciones que tienen lugar dentro del sistema lingüístico (por ejemplo, la perspectiva de Sapir de que los sonidos del habla están funcionalmente organizados, no va más allá de la lengua per se), así como la visión de lingüistas contemporáneos que conciben las funciones como el papel que una categoría puede desempeñar dentro de una oración (por ejemplo, la gramática relacional: Perlmutter, 1983) y/o como representaciones matemáticas de nombres en valores (por ejemplo, gramática léxico-funcional: Kaplan & Bresnan, 1982). Las perspectivas funcionalistas, por otra parte, argumentan que aun cuando la lengua muy bien puede tener funciones sociales y cognitivas, dichas funciones no ejercen impacto en la organización interna de la lengua. Newmeyer (1983) resume estas propiedades en dos rasgos definitorios: autonomía y modularidad. Veamos primero la autonomía:
La autonomía formal de la gramática, sin embargo, no impide su intersección con otros módulos: rasgos superficiales de la fonología, sintaxis y semántica pueden resultar de la intersección del módulo “gramática formal” con otros módulos igualmente autónomos, cada uno gobernado por su propio conjunto de principios. Dichos módulos pueden incluir la psicología perceptual, la fisiología, la acústica, los principios conversacionales, los principios generales de aprendizaje y de formación de conceptos. (Cf. también Newmeyer, 1991, y los comentarios sobre dicho artículo en Harris & Taylor, 1991). Si bien los estudiosos de la lengua a menudo articulan las diferencias formalista/funcionalista en términos mutuamente excluyentes, Bates y Mac Whinney (1982) opinan que las diferencias dentro del paradigma funcionalista colocan al funcionalismo o bien más cerca o bien más lejos de las asunciones formalistas de autonomía y modularidad. La posición funcionalista más radical, por ejemplo, sería que las funciones externas (tales como las preocupaciones comunicativas) definen las categorías primitivas, de tal modo que no hay necesidad de postular categorías gramaticales autónomas definibles de manera independiente (Bates & Mac Whinney, 1982, p. 188), por ejemplo, las consideraciones de DuBois (1987b) sobre la base discursiva de la ergatividad. Una posición más conservadora permitiría una interacción entre forma y función, tal que las funciones externas trabajarían en conjunto con la organización formal inherente al sistema lingüístico, influyéndola en ciertos puntos del sistema, pero sin definir fundamentalmente sus categorías básicas (esta parece ser la posición adoptada por Newmeyer (1983), si bien él mismo califica su trabajo como una apología de la teoría formal). La medida en que las funciones externas condicionan el sistema se relaciona con la medida en que el sistema lingüístico mismo está abierto a influencias funcionales. Un modo sumamente útil de diferenciar el grado de apertura del sistema es la distinción en cuatro niveles de correlación entre forma y función, propuesta por Bates y MacWhinney (1982, p. 178-90). La correlación más débil (una relación diacrónica forma-función) requiere asunciones mínimas respecto al grado de apertura del sistema a la influencia funcional (y sugiere adicionalmente que ciertos puntos están abiertos sólo por limitados periodos, por ejemplo, cuando está en proceso de cambio). La correlación más fuerte (una relación forma-función en la competencia adulta) implica asunciones máximas con relación a la apertura del sistema a influencias funcionales. Las dos definiciones de discurso prevalecientes reflejan las diferencias entre los paradigmas formalista y funcionalista. Después de describir estas definiciones en las dos siguientes secciones, propongo una definición alternativa que intenta evitar algunos de los riesgos de adoptar un enfoque formalista o funcionalista fuertes en la definición de discurso. 3. Discurso: Lengua más allá de la oración La definición clásica de discurso, tal y como ha derivado de las asunciones formalistas (“estructural” en términos de Hymes) es que discurso es “lengua más allá de la oración” o “lengua más allá de la cláusula” (Stubbs, 1983, p. 1). Van Dijk (1985) hace la observación de que “las descripciones de naturaleza estructural caracterizan el discurso a diferentes niveles o dimensiones de análisis y en términos de una multiplicidad de diferentes unidades, categorías, patrones esquemáticos o relaciones” (p. 4). A pesar de la diversidad de enfoques estructurales que apunta Van Dijk, hay un eje común: los análisis estructurales se centran en el modo en que diferentes unidades funcionan con relación de unas a otras, un eje compartido con el estructuralismo en general (por ejemplo, Levi-Strauss, 1967; Piaget, 1970), pero soslayan “las relaciones funcionales con el contexto del cual es parte el discurso” (Van Dijk, 1985, p. 4). Puesto que es precisamente esta relación –entre el discurso y el contexto del cual es parte– lo que caracteriza los análisis funcionales, podrá parecer que ambos enfoques tienen poco en común. Los análisis del discurso de corte estructuralista identifican constituyentes (unidades lingüísticas más pequeñas) que guardan una relación particular entre sí y que pueden co-ocurrir en un número restringido de disposiciones (generalmente regidos por reglas) (cf. Grimes, 1975; Stubbs, 1983, capítulo 5). En muchos enfoques estructurales se ve al discurso como un nivel estructural mayor que el de la oración, o mayor que otras unidades del texto. Z. Harris (1951) –el primer lingüista que se refiere a “análisis del discurso”– postuló explícitamente que el discurso es el siguiente nivel en una jerarquía de morfemas, cláusulas y oraciones. Harris consideraba el análisis del discurso una metodología formal derivada de los métodos estructurales de análisis lingüístico: dicha metodología podía descomponer un texto en relaciones (tales como equivalencia, substitución) entre sus constituyentes de nivel más bajo. La estructura era tan importante en la perspectiva del discurso de Harris que otro de sus argumentos fue que lo que opone al discurso a una secuencia al azar de oraciones es precisamente el hecho de que tiene estructura: un patrón por el cual los segmentos de discurso ocurren (y recurren) unos con relación a otros. El enfoque de Harris intentaba ser una extensión teórica y metodológica del estructuralismo no sólo porque extendía la noción de unidad lingüística a otro nivel, sino porque era metodológicamente dependiente del análisis estructural de los niveles inferiores para la identificación de constituyentes de más alto nivel: los constituyentes del discurso eran morfemas y secuencias de morfemas (palabras, frases) que eran en sí mismas identificables mediante “cualquier análisis gramatical” de la oración (Harris, 1951, p. 1). Además, el único tipo de estructura admisible para análisis era el que podía ser investigado mediante la inspección de los datos sin tomar en consideración otros datos, tales como hablantes, contexto, significados. Sin embargo, la intención de Harris era que la recurrencia regular de constituyentes correspondería a una interpretación semántica para el discurso –esperanza bastante coherente con el énfasis estructural (en niveles más bajos) en los morfemas, concebidos como correspondencias sonido/significado. Si bien los enfoques estructurales han sido modificados por el mismo Harris (por ejemplo, Harris, 1988) y por otros (por ejemplo, Grimes, 1975; Polanyi, 1988), lo que aún es de importancia crítica para las perspectivas estructurales del discurso es que éste está compuesto de unidades. Si bien la unidad de Harris era el morfema (y su combinación en oraciones), enfoques más recientes han identificado la cláusula (por ejemplo, Linde & Labov, 1985), la proposición (por ejemplo, Grimes, 1975; Mann & Thompson, 1988) o la oración (cf. abajo) como la unidad de la cual se compone el discurso. Algunos estudiosos también distinguen fuentes de “conectividad” dentro del discurso y asignan diferentes papeles a diferentes unidades. Holker (1989), por ejemplo, sugiere que las estructuras lingüísticas de una expresión, incluyendo tanto las relaciones basadas en la forma (morfológicas y sintácticas) como las basadas en el significado (referenciales y conjuntivas), crean conexión y cohesión (coherencia, sin embargo, sería el resultado del conocimiento del intérprete sobre el estado de cosas mencionado en un texto). Otros enfoques estructurales buscan unidades de base múltiple y/o diversificadas: Polanyi (1988), por ejemplo, admite que las estructuras estén constituidas de unidades tan variadas como oraciones, turnos, acciones de habla y eventos de habla. Coherentes con la definición de discurso como “lengua más allá de la oración”, muchos análisis estructurales contemporáneos consideran que la unidad de la que se compone el discurso es la oración. Pero muchos problemas han resultado de adoptar la “oración” como base de definiciones y análisis. Un problema inmediato es que las unidades en las que habla la gente no siempre parecen ser oraciones. Las investigaciones de Chafe (1980, 1987, 1992), por ejemplo, sugieren que la lengua hablada se produce a través de unidades con clausura entonacional y semántica, no necesariamente sintáctica. Algunos estudiosos consideran además que el énfasis en las oraciones deriva del valor que nosotros –como miembros de una cultura con tradición escrita– asignamos a la lengua escrita (Harris, 1980; Hopper, 1988). Si nos centráramos únicamente en la lengua hablada, sería más probable que concibiéramos la lengua en términos de unidades de entonación que no reflejan estructuras gramaticales subyacentes, sino focos subyacentes de conciencia en los cuales se organiza la información (Chafe, 1987). El examen de la transcripción de un fragmento de habla y la apreciación de que las divisiones entonacionales no siempre corresponden a los límites sintácticos, respalda esta perspectiva. En (1), por ejemplo, encontramos trozos de habla que no cuadran con nuestras nociones tradicionales de “oracionalidad”:
Por supuesto es posible transcribir (1) de tal forma que se vea más como una oración, por ejemplo, aplicando reglas de edición cuando falta fluidez y cuando tienen lugar falsos comienzos (Labov, 1966; pero cf. Taylor & Cameron, 1987, capítulo 7). Sin embargo, es posible aun argumentar que el uso de un sistema de transcripción que se erija sobre símbolos de puntuación gráficos no capta realmente la forma en que se agrupan las palabras y expresiones en la lengua hablada (por ejemplo, Brown, 1977). Peor aún, puede argumentarse que el uso de tales recursos nos fuerza a pensar en dichos trozos como oraciones, más que como proveedores de una representación cuidadosa del modo en que los hablantes producen la lengua, es decir, como focos de conciencia entonacionalmente empacados (Chafe, 1987), como amalgamas retóricas de cláusulas (Cumming, 1984), en colaboración con los interlocutores (Goodwin, 1979). Para reflejar dichas preocupaciones, algunos analistas del discurso tratan de excluir de la transcripción aquellas convenciones de puntuación (como puntos, comas, letras mayúsculas) que se emplean en la lengua escrita para indicar estructura o clausura sintáctica, o bien de usar recursos tales que permitan captar aspectos de la producción de habla. Depender de la oración como la unidad de la cual se compone el discurso es teóricamente problemático en otros aspectos. Bloomfield (1933) definía una oración como “una forma lingüísticamente independiente no incluida, en virtud de alguna construcción gramatical, en alguna forma lingüística mayor” (p. 170). Sin embargo, la perspectiva de que el discurso es un nivel de estructura mayor que las oraciones –más precisamente, que el discurso es una estructura dentro de la cual se insertan las oraciones– a veces termina contrariando la perspectiva de que las oraciones tienen autonomía y clausura gramatical. Muchos analistas se centran en la forma en que las propiedades sintácticas de las cláusulas u oraciones contribuyen a (o alternativamente, reciben la influencia de) las estructuras de más alto nivel de un texto (por ejemplo, Prince, 1986; Ward & Hischberg, 1991). Resulta interesante, sin embargo, que algunas veces dichos análisis acaban argumentando que lo que en principio parecían propiedades relativamente estáticas y estables de la gramática oracional, son en realidad productos colaterales emergentes de los procesos a través de los cuales la gente organiza la información y transfiere la información a otro (cf. Fox & Thompson, 1990; Givón, 1979; Schegloff, 1979a, quienes proponen que las oraciones son construidas interactivamente). En pocas palabras, algunos análisis acaban contrariando la noción misma de que las oraciones son lo que Bloomfield decía que eran: contradicen la noción de que las oraciones son lingüísticamente independientes (para una elaboración de estas ideas, cf. Hopper, 1987, 1988). Sin embargo, si las oraciones no tienen existencia fuera del discurso –si son creadas por el discurso– entonces resulta confuso (y tal vez un sinsentido) tratar de definir el discurso como algo mayor que el objeto mismo al que crea, es decir, las oraciones. Otra consecuencia de la consideración de que el discurso es lengua más allá de la oración es que podría generar en nosotros la expectativa de que el discurso exhiba una estructura análoga a las oraciones de las cuales se compone –expectativa para la cual no hay garantía (Stubbs, 1983, capítulo 5). Tomemos, por ejemplo, el uso del término “bien formada” tal y como los gramáticos de la oración la aplican a las estructuras. Como ilustración, podemos tomar el bien conocido ejemplo de Chomsky:
Si bien esta oración carece de significado (en el sentido usual de significado como sentido y referencia), está sintácticamente bien formada. Además de carecer de significado, (2b) es sintácticamente desviada (los ejemplos y la discusión son de Sells, 1985, p. 3-4).
Nótese que esa distinción reaparece aun cuando las palabras sí tengan sentido convencional. De nuevo, los ejemplos son de Sell (1985, p. 3):
Sells (1985) plantea el siguiente, importante, argumento:
En este sentido, estructura no parece aplicarse al discurso: simplemente no es posible contrastar del mismo modo secuencias de constituyentes de discurso bien formado versus discurso mal formado del mismo modo. Una de las razones es nuestra inhabilidad para identificar unidades de discurso de una manera tan clara (y mutuamente excluyente) como los constituyentes de las oraciones (cf. capítulo 3). Como discuto en Schiffrin (1988a, p. 257-9), un aspecto relacionado es que los tipos de estructuras identificados por los analistas del discurso no siempre están compuestos de oraciones o, incluso, de unidades de la lengua per se; por ejemplo, algunos estudiosos hablan de estructuras de acción y estructuras de turnos. De hecho, incluso unidades que pudieran definirse en términos lingüísticos se ven en función de sus consecuencias en la interacción hablante-oyente. Por ejemplo, aun cuando un par pregunta-respuesta puede definirse como una secuencia semántica en la que una proposición incompleta presentada por un hablante es completada por otro, dicha definición es menos relevante para muchos analistas del discurso que el hecho de que las preguntas pueden usarse para replicar (o negociar) relaciones sociales y estatus (cf. capítulo 5). Una problemática relacionada es que hay diferentes niveles en los cuales los analistas del discurso han identificado estructura. Algunos estudiosos han hecho la observación de que incluso encuentros enteros se hallan demarcados entre sí al inicio y al final. Otros se centran en la secuenciación de turnos individuales de habla. Entre estos dos extremos podemos ubicar el énfasis en estructuras tópicas (Brown & Yule, 1983, capítulo 3; Button & Casey, 1984; Jefferson, 1984; Keenan & Shieffelin, 1976) y pares dialógicos (como pares pregunta-respuesta). Puesto que unidades tales como encuentros, tópicos, pares dialógicos y turnos son tan diferentes unas de otras en substancia, no es claro en absoluto que formen la suerte de estructuras jerárquicas a las cuales los lingüistas están acostumbrados en otros niveles de análisis. Una forma de rodear algunos de los problemas recién mencionados es adoptar la distinción propuesta por Lyons (1977, p. 385, 387) entre oración del sistema y oración del texto. Las oraciones-sistema son “secuencias bien formadas generadas por la gramática” (p. 387), es decir, son “constructos teóricos abstractos, correlatos de los generados por el modelo de la lengua-sistema postulada por el lingüista. Oraciones-texto, por otro lado, son señales-emisiones dependientes del contexto (o partes de señales-emisiones), de las cuales pueden ocurrir instancias en textos particulares” (p. 622). La distinción de Lyons hace posible considerar al discurso como constituido por oraciones-texto más que por oraciones-sistema. Como Lyons (1977) apunta: “no hay razón para suponer que las oraciones-sistema, como tales, desempeñen un papel en la producción e interpretación de las emisiones” (p. 632) (cf. oraciones-texto). Definir el discurso como oraciones-texto ayuda a captar los tipos de dependencias internas que esperamos en un texto. En (4), por ejemplo, podemos apreciar una variedad de formas en las que la información presentada en una oración presupone información de otra (Halliday & Hasan, 1976; Lyons, 1977).
Si vemos las oraciones de (4) como oraciones-texto captamos la idea de que están situadas en una unidad lingüística mayor; además, el hecho de que se encuentran situadas de esta manera, explica algunas de sus propiedades internas. El separar oraciones-texto de oraciones-sistema nos permite también mantener una definición de oraciones-sistema aún más abstracta que la definición de Bloomfield. En 1957, por ejemplo, Chomsky concebía la oración como una secuencia de palabras con una representación abstracta que proyectaban (mapeaban) sonidos en significados; dicha representación es, en cierto modo, derivada, es decir, generada, por reglas. Dicha definición depende de la definición de gramática generativa: otras definiciones pueden estar a tono con otras teorías de la gramática. Si definimos el discurso en términos de oraciones-texto, ni la dependencia respecto a la teoría ni el nivel de abstracción de las oraciones-sistema representan un problema para nuestra definición de discurso. Sin embargo, podríamos acabar cayendo en el problema de circularidad mencionado anteriormente: definir el discurso como constituido sólo por aquellos constituyentes (oraciones-texto) cuya definición, de hecho, depende de él. Hasta ahora hemos visto que considerar el discurso como unidad por encima de la oración no es sólo una definición de discurso, sino una forma de encaminarse hacia un tipo particular de análisis. Si bien esta definición y el análisis al cual conduce pueden ser atractivos, también suscita algunos problemas. Antes de pasar a otra definición de discurso, revisaré dichos problemas. En primer lugar, la visión del discurso como una unidad por encima de la oración nos permite enfocarnos fácilmente en la forma en que las propiedades sintácticas de las cláusulas u oraciones contribuyen a (o alternativamente son influidas por) estructuras de más alto nivel de un texto (por ejemplo, Linde & Labov, 1975; Matthiessen & Thompson, 1987), es decir, propiedades específicas de las oraciones, tales como el orden de las palabras, o la coordinación hipotáctica vs paratáctica, pueden relacionarse con las propiedades de los textos. Dichos análisis, sin embargo, a menudo acaban derivando la sintaxis oracional de las propiedades de los textos y de las metas comunicativas de los hablantes. Como se puntualizó anteriormente, es en cierta forma circular definir el discurso como algo mayor que la unidad de más bajo nivel que parece crear. En segundo lugar, la perspectiva estructural del discurso coloca al discurso en una jerarquía de estructuras de la lengua, reforzando con ello la visión de que se puede describir la lengua de una manera unitaria que se extiende sin obstáculo del morfema a la cláusula, a la oración y al discurso. Esta perspectiva, empero, atribuye al discurso el mismo tiempo de regularidad formal a menudo encontrado en niveles más bajos de descripción lingüística. (Taylor & Cameron, 1987, sugieren que ésta es una de las razones por las que el formalismo puede resultar en general atractivo a quienes buscan patrones). Así, la extensión de conceptos de un nivel de descripción lingüística al discurso puede, de hecho, perpetuar la visión de que el discurso es paralelo en tipo a los constituyentes lingüísticos de más bajo nivel. Pero como señalamos arriba, la propiedad de esta visión no debe darse por garantizada: no sólo es difícil definir un texto como bien formado o mal formado, sino que las estructuras de discurso no siempre son la clase de estructuras jerárquicas a las cuales los lingüistas están habituados en otros niveles de análisis. Antes de pasar a la perspectiva funcional del discurso, veamos una muestra de discurso y veamos cómo podemos encontrar su estructura. Esto nos permitirá centrarnos no sólo en las consecuencias conceptuales, sino también en algunas de las consecuencias analíticas más específicas de una visión del discurso emprendida dentro de un paradigma formalista. Consideremos un intercambio hipotético entre dos colegas.
(5) ilustra una estructura de discurso familiar y fácilmente reconocible en la que nos centraremos en capítulos posteriores de este libro; un par pregunta-respuesta. Podemos identificar esto como una estructura porque conocemos las unidades de las que se compone (“pregunta”, “respuesta”), conocemos sus relaciones mutuas (la pregunta abre una proposición que la respuesta cierra). Pero ¿cómo es que identificamos (a) como una pregunta? ¿Cuál es el conocimiento previo que nos permite oírla (o leerla) como una secuencia de palabras y encontrar un membrete para dichas palabras? Estas preguntas son importantes: si no encontramos el modo de identificar preguntas –de identificar la unidad inicial de la cual la estructura está compuesta– entonces no podemos ir muy lejos en nuestro análisis de las relaciones entre la unidad “pregunta” y la unidad “respuesta” (cf. Selting, 1992; véase también la discusión de los capítulos 3 y 5). Parece muy fácil definir (5a) Are you free for lunch today? como pregunta ateniéndonos simplemente a claves puramente formales, típicas de las oraciones interrogativas, por ejemplo, inversión sujeto-verbo. Los ejemplos de (6), sin embargo, muestran que dicho proceso no siempre parece tan automático, por la simple razón de que no siempre es fácil encontrar exactamente los criterios que permiten identificar a las emisiones como preguntas.
Las emisiones (a), (b) y (c) de (6) no son preguntas según los criterios sintácticos anotados arriba. (6a) por ejemplo, es claramente más una oración declarativa que interrogativa. (6b) y (6c) no pueden ser expandidas inequívocamente como interrogativas: no estamos seguros de cuáles son las unidades elípticas subyacentes. La forma más completa de Lunch today? (6c), por ejemplo, podría corresponder a varias interrogaciones diferentes: Are you free for lunch today?, Are you eating lunch today? Do you want to eat lunch today? Si bien estos ejemplos sugieren la dificultad de atenerse a la sola sintaxis como pista para establecer la identidad de la emisión, también sugieren que podríamos confiar en la entonación: nótese que la entonación de (a), (b) y (c) está representada como final ascendente –la cual se considera un frecuente indicador prosódico de preguntas (véase discusión en el capítulo 3). Los ejemplos de (7), sin embargo, sugieren el problema inverso, porque es la pronunciación y no la sintaxis la que no proporciona una pista consistente para identificar una oración como pregunta (uso un punto (.) para identificar la entonación final descendente típica de lo que podemos encontrar en una oración declarativa).
Así, en (7) el orden de las palabras es típico de las interrogaciones, pero la entonación parece más típica de las oraciones declarativas. Finalmente, las emisiones en (8) y (9) no exhiben los rasgos sintácticos ni entonacionales típicos de las preguntas:
(8a) y (8b) podrían designarse preguntas indirectas y no parecen “efectuar” las mismas cosas que las preguntas directas (con sintaxis interrogativa), las cuales extraen un tipo de información particular de un respondente. Pero otras emisiones también parecen encaminarse al mismo propósito:
Si bien es claro que (9a) y (9b) no son preguntas de acuerdo con criterios sintácticos ni entonacionales, la declarativa (9a) y la imperativa (9b) parecen lograr algunas de las mismas cosas que las preguntas citadas anteriormente y posiblemente pudieran ser contestadas con el mismo rango de respuestas. Estos ejemplos sugieren que la sintaxis y la entonación no son criterios necesarios ni suficientes para la identificación de preguntas. Si bien la secuencia pregunta-respuesta es una estructura de discurso familiar y fácilmente reconocible, resulta difícil enumerar criterios que nos permitan identificar como preguntas todas las secuencias diferentes de palabras que podríamos intuitivamente concebir como tales. El problemas es que si no podemos dar con la forma de identificar la unidad inicial de la cual se compone la estructura, no podemos ir mucho más lejos en nuestro análisis de dicha estructura. Para resumir, hemos visto en esta sección que las definiciones de discurso estructuralmente fundamentadas conducen a análisis de constituyentes (unidades más pequeñas) que guardan relaciones particulares entre sí en un texto y que pueden ocurrir en un conjunto restringido de disposiciones al nivel del texto. También tratan de ampliar aquellos métodos de la lingüística que han sido útiles para otros niveles de descripción lingüística y/o se basan en las características lingüísticas de las cláusulas (u oraciones) como clave para acceder a las estructuras textuales. También hemos visto que la identificación de las estructuras constituyentes del discurso a menudo es una tarea difícil. La siguiente definición que consideraremos reemplaza el impulso formalista por uno funcionalista: el discurso es lengua en uso. 4. Discurso: lengua en uso En la sección 2 me referí a varias maneras en las que formalistas y funcionalistas difieren, y en la sección 3 discutí una perspectiva en gran medida compatible con las asunciones formalistas respecto a la lengua. En esta sección examino una perspectiva más funcionalista: “el estudio del discurso es el estudio de cualquier aspecto de la lengua en uso” (Fasold, 1990, p. 65). Otro planteamiento de esta perspectiva es el expresado por Brown & Yule (1983, p. 1). El análisis del discurso es necesariamente el estudio de la lengua en uso. Como tal, no puede restringirse a la descripción de las formas lingüísticas independientemente de los propósitos o funciones que se les ha asignado en el quehacer humano. Como estas perspectivas ponen en claro, el análisis de la lengua en uso (cf. el habla de Saussure) no puede ser independiente del análisis de los propósitos y funciones de la lengua en la vida humana. Esta perspectiva llega al extremo en el trabajo de un grupo de estudiosos críticos de la lengua que se centran en la tercia lengua-poder-ideología. Fairclough (1989), por ejemplo, defiende una concepción dialéctica de la lengua y la sociedad en la que “la lengua es parte de la sociedad; los fenómenos lingüísticos son fenómenos sociales de un tipo especial y los fenómenos sociales son en parte fenómenos lingüísticos” (p. 23; énfasis en el original). En la perspectiva de Fairclough la lengua y la sociedad se constituyen parcialmente una a la otra, de tal modo que el análisis de la lengua como fenómeno independiente (autónomo) sería una contradicción (véase también Foucault, 1982; Grimshaw, 1981). Incluso en perspectivas funcionalistas menos extremas se asume que el discurso es interdependiente con la vida social, de tal forma que su análisis necesariamente se intersecta con significados, actividades y sistemas fuera de él mismo. La definición del discurso como lengua en uso es coherente con el funcionalismo en general: se ve al discurso como un sistema (como una forma de hablar social y culturalmente organizada) a través de la cual se realizan funciones particulares. Si bien pueden muy bien examinarse regularidades formales, una definición funcionalista del discurso aleja al analista de las bases estructurales de dichas regularidades para centrarse en el modo en que los patrones del habla se usan para ciertos propósitos en contextos particulares, y/o de qué modo dichos patrones resultan de la aplicación de estrategias comunicativas. Los enfoques de orientación funcional se basan en una variedad de análisis que a menudo incluyen no sólo métodos cuantitativos tomados de las ciencias sociales, sino también esfuerzos interpretativos más humanísticos para replicar los propósitos y los objetivos de los propios actores. No es, pues, sorprendente que se basen menos en las características estrictamente gramaticales de las emisiones, que en la manera en que las emisiones se sitúan en contextos. Los análisis funcionales pueden partir de una de dos direcciones que, de manera muy general, son paralelas a la distinción hecha por lingüistas y antropólogos (cf. Pike, 1967) entre los enfoques émico y ético. Para tomar un ejemplo relativamente familiar, comparemos fonética y fonémica. Un análisis fonético proporciona todas las distinciones posibles (de entre los recursos articulatorios) independientemente de que se usen en una lengua o emisión particular. Un análisis fonético, por otra parte, proporciona sólo aquellas diferenciaciones que suponen una distinción de significado para los hablantes de una lengua en particular (es decir, aquéllas que producen secuencias de sonidos semánticamente diferentes). Los análisis funcionales del discurso que parten de una distinción ética delimitan las funciones que cumple un sistema (tal como la lengua o la comunicación) y hacen coincidir unidades particulares (tales como emisiones o acciones) con dichas funciones. Un ejemplo de este tipo de enfoque funcional es el análisis que ofrece Goffman de las condiciones rituales y del sistema. Goffman (1981a, p. 14-15) propone que la interacción conversacional requiere dos tipos de condiciones. Las condiciones del sistema (también llamadas restricciones, porque imponen restricciones en lo que puede decirse o hacerse) se centran en los requisitos mecánicos de la conversación, por ejemplo, una capacidad bidireccional para transmitir mensajes acústicamente adecuados y fácilmente interpretables, capacidad de retroalimentación, señales de contacto, señales de rotación, etc. Las restricciones rituales, por otra parte, se centran en los requisitos interpersonales de la conversación: el manejo de los otros y de sí mismo, a modo de no violar los estándares apropiados con relación al comportamiento propio o a la deferencia hacia el otro. Diferentes formas de actuar (incluyendo, pero no circunscribiéndonos, a las emisiones verbales) pueden estar al servicio del sistema y/o de las restricciones rituales (cf. Schiffrin, 1988b, sobre partículas iniciales de turno) y al hacerlo podemos decir que están a la disposición de los requisitos funcionales de la conversación. Muchos análisis del discurso de orientación funcional asumen esquemas éticos más generales que aquéllos instrumentados específicamente para la interacción conversacional. Uno de dichos marcos fue propuesto por Jakobson (1960). Jakobson distingue seis funciones de la lengua, identificables en términos de su relación con diferentes componentes de la situación de habla (cf. contextos). Presento abajo una adaptación del marco de Jakobson, poniendo en mayúsculas los componentes situacionales y poniendo entre corchetes la función correspondiente. Si bien otros han propuesto diferentes funciones (por ejemplo, Halliday, 1973), el esquema de Jakobson sustenta más firmemente las funciones de la lengua en la situación de habla per se. Nótese que la visión que tiene Jakobson de la situación de habla incluye la lengua como uno más de los componentes de una situación de habla y como uno de los focos del habla. Es decir, la base de la función metalingüística es el “código”; la base de las funciones emotiva y conativa es el destinador y el destinatario. Jakobson argumenta críticamente que las emisiones no tienen una única función: si bien una expresión particular puede tener una función primaria, más típicamente se usa para realizar varias funciones simultáneamente. Do you know the time?, por ejemplo, puede cumplir una función fática (abre el contacto), una función emotiva (transmite una necesidad del destinador), una función conativa (pide algo del destinatario) y una función referencial (hace referencia al mundo externo a la lengua). La segunda dirección del análisis funcional es de naturaleza más émica. Toma como punto de partida el modo en que se usan unidades particulares (de nuevo, emisiones, acciones) y extrae, de dicho análisis, conclusiones sobre las funciones más amplias de dichas unidades. En otras palabras, se parte de la observación y descripción de una emisión y luego se trata de inferir, mediante el análisis de la oración y su contexto, qué funciones cumple. Es importante señalar que dichas inferencias no son totalmente ad hoc: antes bien, pueden basarse firmemente en esquemas bien fundamentados de funciones disponibles. Pero esta línea difiere de enfoques más éticos en que no se casan con la noción de sistema y en que están más abiertos al descubrimiento de usos no anticipados de la lengua (véase Hymes, 1961). Veamos ahora cómo procedería, en los hechos, un análisis del discurso que ve el discurso como lengua en uso. Empecemos por regresar a (5) (sección 3).
Además de ser identificables como pregunta y respuesta, podemos reconocer fácilmente que las emisiones de (5) se usan para realizar ciertas funciones, por ejemplo, tratar de lograr metas interpersonales y transmitir significados sociales y expresivos. Si bien podemos proponer fácilmente dichas metas y significados, no seríamos capaces de identificarlos sin un mejor conocimiento del contexto del intercambio, incluyendo información como el estatus de los participantes y sus relaciones, el escenario y su modo de interacción habitual, así como información sobre los significados convencionales de las invitaciones a comer. Por ejemplo, en algunos grupos de la sociedad norteamericana decir Let’s have lunch sometime no cuenta realmente como una “invitación” a comer. Podemos descubrir, por ejemplo, que Jan quiere ser amiga de Barbara, que quiere corresponder a una invitación previa de ésta, o bien rendir honores al estatus, más alto, de Barbara. Pero para decidir cuál de estas funciones se está cumpliendo, probablemente necesitaríamos mayor cantidad de información sobre el contexto del intercambio. Hasta ahora hemos visto que las definiciones funcionales de discurso asumen una relación entre lengua y contexto. Un problema que emana de esta asunción es que resulta difícil separar el análisis del discurso per se de otros análisis de lengua y contexto, incluso de análisis que pueden pertenecer a diferentes campos de investigación. Ilustraré esta observación mediante otro ejemplo. (10) fue tomado de una entrevista sociolingüística (Schiffrin, 1987a; capítulos 5 y 8 de este libro); también aparece en Schiffrin, 1988b.
Podemos caracterizar formalmente este intercambio como una búsqueda de información de mi parte (a, b) y en el cual Henry me dice una historia que aporta la información que Henry cree que estoy buscando. (Si bien limitaciones de espacio me impiden incluir la historia completa en (10), lo que se incluye de (e) a (i) es el inicio de la historia). La lengua que se emplea durante este intercambio puede ser analizada en términos de cómo contribuye a estas funciones. Cuando nos centramos en diferentes aspectos de lo que se dice en (10), sin embargo, encontramos que hay muchas maneras diferentes de centrarse en la lengua que se está usando sin decir nada sobre el comentario funcional apenas señalado: un intercambio pregunta-respuesta en el que la respuesta es una historia. Enfoquémonos primero en mis propias emisiones en (a) y (b):
Tenemos la suerte, en cierto sentido, de contar con mi propio conocimiento (como hablante) de lo que estaba tratando de obtener mediante estas emisiones. Si bien éstas pueden tener un número de distintas funciones comunicativas, lo que quería descubrir era a quién le habla Henry sobre sus problemas –con quién se quejaría, solicitaría consejo, en caso de nos sentirse bien. (Como veremos, Henry actúa con base en una interpretación diferente de la que yo intentaba). Empezaré por describir la situación general en la que estaba yo interesada (en a), y luego asumiré que Henry puede interpretar mi pregunta elíptica en el sentido de solicitar una instancia específica de esa situación general, es decir, de si hay alguien a quien él (como miembro de un conjunto más amplio de “some people”, “alguna gente”) acudiría. La función que acabo de describir se analizaría más típicamente como parte de la teoría del acto de habla: la fuerza comunicativa que se intenta con una emisión puede proporcionarnos un modo de categorizarla como un acto particular de habla, es decir, como una “solicitud”. Ciertamente, ejecutar acciones a través del habla o, parafraseando a Austin (1962), hacer cosas con palabras, es una función de la lengua. El problema, sin embargo, es que los actos de habla pueden ser analizados (y lo son a menudo) al nivel de la oración: en otras palabras, un análisis de las funciones comunicativas intentadas no necesariamente dice algo sobre el discurso. Tomemos otro aspecto de (10) para ilustrar cómo el centrarnos en el uso de la lengua puede llevarnos en otra dirección. Si bien no incluí detalles fonéticos en mi transcripción de (10), ahora seré más específica sobre la pronunciación de dos palabras: there y this. Al decir, there and this en (e), por ejemplo, Henry pronuncia las consonantes iniciales (th) no como fricativas sino como africadas. Esta pronunciación posible se une con una tercera –una oclusiva– para formar lo que se ha dado en llamar variable sociolingüística (Labov, 1972a): un modo alternativo de decir la misma cosa (pronunciar la misma palabra, producir el mismo fonema), cuyas variables se usan de manera diferente dependiendo de quién es la persona (clase social, género, edad, etnicidad), dónde está (escenario) y cómo está hablando (cuidadosa o casualmente). Así, dada la distribución particular de estas variantes en la comunidad de habla en la que Henry vive, podemos interpretar el uso que él hace de las africadas como un marcador (Sherer & Giles, 1979) de su identidad social (hombre, clase media baja, hablando en forma relativamente casual). Puesto en otros términos, podemos decir que las africadas tienen la función interactiva de presentar a Henry como un tipo particular de persona que participa en un tipo particular de intercambio. Dicha pronunciación tiene, pues, mucho que ver con la identidad social y el estilo del hablante como alguien que existe –y se presenta a sí mismo– como una constelación particular de significados sociales y culturales –dando como resultado inferencias contextuales de lo que Henry dice (cf. capítulo 4). Sin embargo, esto tiene poco que ver con la manera en que lo que se dice, cubre las otras funciones que apunté anteriormente –contestar una pregunta y decir una historia. He sugerido hasta ahora que los análisis que emanan de la consideración del discurso como lengua en uso pueden ser muy inclusivos: pueden incluir unidades del tamaño de la oración y variación fonológica. Tomaré otro aspecto de (10) para ilustrar otro sentido en el que dichos análisis pueden ser muy incluyentes. Recordemos que en (10) Henry cumple con mi solicitud de información contando una historia sobre su amigo Louie Gelman. Nótese que esta forma de cumplir no es la que yo tenía en mente: más que decirme con quién habla, Henry respalda la situación general que yo había descrito: él ejemplifica por qué hablar con un amigo puede ser una mejor solución a los problemas médicos que buscar ayuda profesional. Las cláusulas (e), (f) y (g) se centran ahora en la manera en que Henry introduce algunos de los personajes de su historia (véanse capítulos 6, 7 y 8).
Nótese, primero, que this guy Louie Gelman es introducido como el objeto de un predicado existencial “there is”. Esta estructura coloca un nuevo referente al final de la cláusula (un referente sobre el cual Henry no espera que sepa algo) y predica muy poco acerca de ese nuevo referente excepto que “existe”. Lo crucial para nuestro propósito inmediato es que esta estructura de información cumple una función comunicativa. Desde luego ésta no es la función discutida antes (“fuerza comunicativa intentada” o “despliegue de identidad social”). Más bien podríamos decir que esta estructura facilita la transmisión de información, es decir, facilita la comprensión de un nuevo referente por parte del oyente. El orden de las palabras en (f) y (g) cumple una función similar: facilita el procesamiento de información del oyente colocando una nueva entidad en el contexto de información asumible. Ilustro esto a continuación.
Vimos ya que en (e), Louie Gelman es información nueva en posición final de cláusula. “Louie Gelman” es posteriormente mencionado como “he” (en f) en posición inicial de cláusula. Esta información vieja es luego un antecedente para la introducción de un nuevo referente, “un gran especialista” se convierte en información vieja, el término referente es definido y menos específico (the guy) y viene en posición inicial de cláusula. Así, el orden de información nueva/vieja dentro de la cláusula desempeña una función comunicativa, es decir, facilita la comprensión de nueva información por parte del oyente situándola en el contexto de “información familiar”. De nuevo, si bien esto ciertamente contribuye a nuestro entendimiento del diseño funcional del orden de las palabras dentro de la oración (de hecho, nos permite ver ésta como una oración-texto: véase págs. 27-8), tiene poco que ver con nuestra caracterización del intercambio como secuencia pregunta-respuesta o con dichas cláusulas como el inicio de una historia. Antes de continuar, es importante hacer notar que si adoptamos una definición del discurso puramente funcional (por ejemplo, analícese lo que Fairclough (1989) llama prácticas discursivas), entonces lo que acabamos de describir cae dentro del ámbito del análisis del discurso. Pero, ¿es el análisis de los fenómenos señalados arriba –pronunciación, actos de habla, orden de las palabras– el análisis de la manera en que lo dicho por Henry cumple la función comunicativa que hice notar antes –contar una historia para proporcionar una respuesta a una pregunta? Mi argumento aquí es que si bien hay cosas que podemos decir sobre (10) en tanto lengua en uso, no todas ellas contribuyen a la función que cumple la contribución de Henry como “respuesta” o “historia”. Pero “dar una respuesta” y “empezar una historia” parecen etiquetas funcionales que contribuyen a nuestra comprensión del contenido comunicativo de las oraciones de (10): confieren a las oraciones de Henry unidad interna (agrupar las emisiones en un “turno”), así como una identidad a través de la cual aquéllas se relacionan con lo que dije inicialmente en la interacción (conectan “turnos” de diferentes hablantes). Resumiendo, estas funciones nos ayudan a entender las relaciones que tienen lugar entre emisiones, no al interior de ellas). Hay algunos rasgos y cualidades de (10) que parecen referirse en mayor medida a la manera en que diferentes emisiones se relacionan entre sí. Obsérvese, en primer lugar, que la historia de Henry describe cómo diferentes médicos le hicieron un diagnóstico equivocado hasta que un vecino fue capaz de decirle cuál era realmente el problema. Asimismo, al final de la historia Henry resume el punto diciendo que los doctores pueden cometer errores. Con esta información en mente, reexaminemos la siguiente sección de (10):
Varios aspectos de las cláusulas (f) a (i) (la introducción a la historia) prefiguran las acciones de la historia, así como el punto que se establece a través de la historia y se hace explícito mediante el sumario. En primer lugar tenemos el acento contrastivo en BIG specialist y analyzed it WRONG. Esto establece un marco en el cual la autoridad puede verse como equivocada (Henry establece posteriormente que Doctors are not GOD!) y entonces realza el argumento de Henry. Nótese, también, que Henry modifica una regla básica del ordenamiento de la narración (Labov, 1972b): no siempre reporta eventos en el orden en que ocurrieron. La gente generalmente visita a su propio doctor antes de consultar un especialista. En (f) y (g), sin embargo, Henry reporta una cita de su amigo con el especialista y luego menciona una cita con su doctor (h). Esta desviación del orden temporal es marcada con in fact en (h): in fact his doctor didn’t know. Modificar de esta manera el orden reportado de los eventos tiene la función discursiva de ampliar la lista de profesionales que se equivocaron, reforzando así el argumento general de la historia. Finalmente, la manera en que Zelda empieza a contestar mi pregunta también sugiere el argumento general de la historia de Henry. Presento de nuevo esa sección.
El Well:: de Zelda tiene tono alto y asención final –entonación a menudo asociada con duda o incertidumbre (Ward & Hischberg, 1988). Podríamos decir que esto, también, tiene una función discursiva: transmite el marco actitudinal a través del cual Zelda trata mi proposición sobre a quién le habla la gente cuando está enferma e incluso, tal vez, la duda de Zelda respecto al saber de los médicos. Como acabo de ilustrarlo, hay aspectos de (10) que son relevantes para las funciones clave de las emisiones (contestar una pregunta, abrir una historia) y funciones que contribuyen a que las emisiones “se adapten” a otras. Si definimos el discurso únicamente como lengua en uso, sin embargo, posiblemente no habría modo de separar legítimamente (a) cuestiones sobre funciones que nos ayudan a entender las relaciones entre emisiones y (b) cuestiones sobre las funciones que tienen lugar dentro de las oraciones (como actos de habla, orden de las palabras, variación fonológica). Esto puede verse como un resultado positivo si lo que buscamos es unificar el funcionalismo en general; sin embargo, termina por eliminar cierto grado de autonomía de los estudios del discurso en tanto rama particular de la lingüística. Resulta interesante que Tannen (1989a) es exactamente esta síntesis lo que encuentra atractivo sobre la definición de discurso como lengua más allá de la oración: Discurso –lengua mas allá de la oración– es simplemente lengua tal y como ocurre en cualquier contexto (incluyendo el análisis del contexto lingüístico) en cualquier modalidad (incluyendo dos oraciones en secuencia; una conversación grabada, una reunión o entrevista; una novela u obra de teatro). El nombre “análisis del discurso”, entonces, no dice algo más o algo diferente del término “lingüística”: el estudio de la lengua. (p. 6) A pesar del valor de un enfoque tan integrativo, creo que los esfuerzos por definir el análisis del discurso como el estudio mismo de la lengua (como lo hace Tannen) o por definirlo como el estudio de las funciones de la lengua son mas apropiados en un estadio posterior de la construcción de la teoría (por ejemplo, cuando se pretenda articular una teoría del lenguaje que incorpore el análisis del discurso) que en etapas tempranas del análisis del discurso (por ejemplo, cuando se busca definir lo que uno quiere estudiar). Hemos visto en esta sección que definir discurso como uso de la lengua depende de asunciones más amplias sobre la relevancia de la lengua respecto a los significados, actividades y sistemas externos a ella. Un corolario de esta definición es que los enfoques de base funcional conciben el discurso como un modo de hablar social y culturalmente organizado. Dichas funciones no se limitan a aquellas tareas que la lengua por sí misma puede realizar: pueden incluir tareas como mantener la interacción o construir relaciones sociales. Así, los análisis funcionales se centran en las maneras en que la gente usa la lengua para diferentes fines: generalmente se ocupan menos de la forma en que la gente intenta, a través de lo que dice, cumplir significados referenciales (para transmitir información proposicional) y más con los significados sociales, culturales y expresivos no intencionales fincados en la situación contextual de sus emisiones. Si bien esta perspectiva incluyente del alcance del análisis del discurso es fundamental en la articulación de una teoría lingüista en la cual tenga cabida el discurso, también tiene el efecto desfavorable de amenazar con sumergir el análisis del discurso en los análisis más vastos y generales de las funciones de la lengua, sin dejar un espacio en el cual los analistas del discurso puedan formular un claro conjunto de principios, metas, tópicos y métodos específicos para su propia empresa. Tampoco considera cómo las relaciones entre emisiones nos ayudan a comprender la forma, función y significado de una sola oración. Dicho de manera más simple, no crea un lugar especial para el análisis de las relaciones entre emisiones. En su lugar, la definición funcionalista de discurso incluye, dentro de su ámbito, todo uso de la lengua: no ofrece una forma de definir el discurso como algo diferente de otros niveles del uso de la lengua (como el uso de sonidos, palabras y oraciones). Lo que necesitamos captar en una definición de discurso es la idea de que el análisis del discurso impone su propio conjunto de fenómenos, sus propios problemas y enigmas y puede descubrir sus propias regularidades además de aquéllas que “hereda” de las partes de más bajo nivel del discurso y aquéllas basadas en el modo en que la lengua es práctica social “determinada por estructuras sociales” (Fairclough, 1989, p. 17). 5. Discurso: emisiones En esta sección considero otra definición de discurso: discurso es emisiones. Esta perspectiva capta la idea de que el discurso está “arriba” de (es más grande que) otras unidades de la lengua. Sin embargo, al decir que la oración es la unidad más pequeña de la que se compone el discurso, podemos insinuar que el discurso surge no como colección de unidades descontextualizadas de la estructura de la lengua, sino como un conjunto de unidades, inherentemente contextualizadas, del uso de la lengua. El principal problema de esta definición es que la noción de “emisión” no es realmente tan clara. Para muchos lingüistas, las emisiones son unidades contextualizadas, es decir, están ligadas al contexto (así como ligadas al texto). Hurford y Heasly (1983, p. 15), por ejemplo, hace la siguiente distinción:
En el marco propuesto por Hurford y Heasly, “Discourse analyisis is fun” en (11a), (11b) y (11c) sería considerado como una oración en todos los casos, pero como diferentes emisiones:
Las tres ocurrencias de “Discourse analysis is fun” son tres emisiones diferentes: tres diferentes realizaciones de una misma oración. (11a) y (11b) son realizaciones de la oración que comparten muchos aspectos del contexto: ambas ocurren en la misma página del mismo libro. Las uso simplemente para introducir una problemática relacionada con las emisiones sin proporcionar ninguna información sobre quién, dónde, cuándo o cómo pueden encontrarse fuera de este texto. A pesar de esta similitud, (11a) y (11b) son dos emisiones diferentes: (11a) es la primera aparición de la oración y (11b) es la segunda aparición (es decir, una repetición) de la oración. Esto constituye una diferencia en el ambiente textual de (11a) y (11b). Finalmente, (11a) y (11b) difieren de (11c): si bien esta última es también una ilustración en un libro, la he provisto de un contexto interactivo hipotético entre dos interlocutores hipotéticos. Antes de pasar a discutir un problema relacionada con la perspectiva según la cual discurso es emisiones (perspectiva que surge de la distinción oración-emisión, apenas ilustrada), permítaseme hacer notar las ventajas de esta perspectiva. En primer lugar, definir el discurso como emisiones nos obliga a prestar atención a la contextualización de la estructura de la lengua de una manera que va más allá de la noción de oración-texto. En segundo lugar, puesto que esta definición demanda atender a más de una emisión, hace emerger para examen patrones ampliados y disposiciones secuenciales. Así, definir el discurso como emisiones parece equilibrar tanto el énfasis funcional en el uso de la lengua en contexto, como el énfasis formal en patrones extendidos. El principal problema de esta perspectiva del discurso es la definición de emisión propuesta arriba, como “realizaciones de oraciones”. Algunos estudiosos proponen que las oraciones y las emisiones son radicalmente diferentes entre sí. Por ejemplo, Fasold (1990) cree que las emisiones no necesitan tener un sustento gramatical en absoluto (pueden o no conformarse a los principios gramaticales) y las oraciones son objetos abstractos que pudieran nunca “suceder” o realizarse. Otros se remiten a la relación de proyección oración-emisión para proponer que las oraciones son “emisiones descontextualizadas”. Figueroa (1990), por ejemplo, postula lo siguiente: “todas las acciones humanas tienen lugar dentro de un contexto espacio-temporal particular; por lo tanto, ejecutamos emisiones ya sea que estemos haciendo una introspección sobre la oración, leyendo una oración o hablando” (p. 284). Haciendo una extrapolación de Figueroa, podemos decir que las oraciones están tan contextualizadas como cualquier otra cosa que sea objeto de atención e intención; lo que complica su consideración como emisiones es que el contexto de una oración es el del discurso científico metalingüístico (véase también Goffman, 1981b). Así, “para la teoría lingüística la cuestión es… ¿las emisiones están descontextualizadas ya sea dentro de un tipo de emisión u oración? O ¿se les dejó descontextualizadas?” (Figueroa, 1990, p. 284). Independientemente de estas dificultades, la perspectiva que adoptaré en este libro es que el discurso puede ser mejor concebido como “emisiones”. Consideraré las emisiones como unidades de producción de la lengua (ya sea habladas o escritas) que están inherentemente contextualizadas. Si están relacionadas a oraciones (o a otras unidades como proposiciones, turnos o unidades tonales) es un problema que no entrará directamente en nuestra discusión. La definición de discurso como emisiones se correlaciona con varios objetivos del análisis del discurso que subyacen a gran parte de los que presento en este libro. Primeramente, está lo que podría llamarse “metas sintácticas” o, de manera más apropiada en análisis del discurso, metas secuenciales: ¿hay principios que subyacen al orden en que una emisión o un tipo de emisión sigue a otro(a)? En segundo lugar está lo que podríamos llamar metas semánticas y pragmáticas: ¿cómo es que la organización del discurso y el significado y el uso de expresiones y construcciones particulares dentro de cierto contexto permite a la gente transmitir e interpretar el contenido comunicativo de lo que se dice? ¿De qué manera una emisión (y la relación secuencial entre emisiones) influye en el contenido comunicativo de otra? En congruencia con las diferencias entre los paradigmas formalistas y funcionalistas discutidos antes, los enfoques del discurso que se compararán varían en términos de la intensidad con la que persiguen estos problemas de estructura secuencial y en términos de su disposición a profundizar en las interpretaciones de significado y uso. 6. Sumario: definiciones, problemas y análisis del discurso Inicié este capítulo con una breve descripción de dos diferentes paradigmas que subyacen a nuestra concepción de la lengua (sección 2). Después de comparar las diferentes definiciones de discurso que emanan de estos paradigmas –discurso como lengua por encima de la oración o cláusula (sección 3), discurso como uso de la lengua (sección 4)–, propuse una tercera definición que se asienta en la intersección de estructura y función: discurso como emisiones (sección 5). Las definiciones de discurso discutidas suscitan algunos problemas que nos ayudan a comprender las similitudes y diferencias entre los enfoques que se presentan en el resto del libro. Si bien presenté la definición estructural (formalista) de discurso de manera separada de la funcionalista, sugeriré más adelante que los análisis reales del discurso revelan una interdependencia entre estructura y función (capítulo 9). La distinción entre estructura y función también se refiere a otros problemas que discutiré posteriormente. Uno de ellos es las relaciones entre texto y contexto: las definiciones estructurales se centran en el texto, las funcionales en el contexto (capítulo 10). Otro problema es la manera en que los lingüistas conciben la comunicación: las definiciones estructurales adoptan una visión más restringida que las funcionales y dan prioridad al papel del código en la comunicación (capítulo 11). Si bien discuto estos tres problemas en términos generales, en relación con los diferentes enfoques del discurso presentados en la parte III, el análisis de datos empíricos de los capítulos 3-8 (parte II) muestra también cómo distintos tipos de análisis empírico proporcionan una base para la comprensión de estos importantes problemas teóricos. Antes de cerrar este capítulo, quiero introducir una problemática ligeramente diferente. Hice notar al inicio del capítulo 1 que el análisis del discurso es una de las áreas más vastas y menos definidas de la lingüística. La disponibilidad de dos perspectivas diferentes, derivadas de formas diferentes de concebir el discurso, es parcialmente responsable del enorme alcance del análisis del discurso. Si nos centramos en la estructura, nuestra tarea consiste en identificar y analizar constituyentes, en determinar procedimientos para asignar un estatus de constituyente a la emisiones, descubrir regularidades que subyacen a las combinaciones de constituyentes (quizá incluso formulando reglas para producir dichas regularidades) y tomar decisiones fundamentadas respecto a si una combinación particular está bien formada o no. Si nos centramos en la función, por otra parte, nuestra tarea es identificar y analizar acciones ejecutadas con ciertos propósitos, interpretar significados sociales, culturales y personales y justificar nuestras interpretaciones de dichos significados en función de los participantes. Tratar con una o con otra (estructura o función) es una tarea ardua, pero tratar simultáneamente con ambos puede conducirnos a dos mundos a menudo difíciles de integrar. La necesidad de considerar ambos, texto y contexto, también amplía el alcance del análisis del discurso. Una razón obvia es que el contexto puede ser extremadamente amplio y definirse de múltiples maneras (conocimiento mutuo, situaciones sociales, identidades hablante-oyente, constructos culturales). Otra razón es que la relación texto-contexto no es independiente de otras relaciones que presumiblemente mantienen la lengua y el contexto (contexto entendido como “cultura”, “sociedad” e “interacción”). Pero las referencias a la lengua “en” (o “y”) contexto son descripciones que distan de ser neutrales. Más bien, cualquier descripción de la relación lengua-contexto oculta asunciones tácitas sobre la relación entre dos sistemas diferentes de símbolos y dos estructuras diferentes (su relativa autonomía, la precedencia de uno sobre el otro, el modo en que se influyen mutuamente). El hablar de la lengua en sociedad, por ejemplo, asume que la lengua es un sistema más pequeño que y dependiente de una matriz más amplia de interacciones y estructuras sociales, haciendo así asunciones no sólo sobre el modo en que uno influye al otro, sino sobre la naturaleza misma de dichos sistemas. Dichas asunciones no sólo se refieren a nuestra comprensión del discurso, sino a nuestro entendimiento de la lengua en general. Lista de referencias[1] Austin, J. (1962). How to Do Things with Words. Cambridge, MA: Harvard University Press. Bates, E., & McWhinney, B. (1982). A functionalist approach to grammar. En E. Wanner & L. Gleitman (Eds.), Language Acquisition: the State of the Art (pp. 167-214). New York: Academic Press. Bloomfield, L. (1933). Language. New York: Henry Holt and Company. Brown, G. (1977). Listening to Spoken English. London: Longman. Brown, G., & Yule, G. (1983). Discourse Analysis. Cambridge University Press. Button, G., & Casey, N. (1984). Generating topic: the use of topic initial elicitors. En J. Atkinson & J. Heritage (Eds.), Structures of Social Action: Studies in Conversation Analysis (pp. 167-90). Cambridge University Press. Chafe, W. (1980). The deployment of consciousness in the production of a narrative. En W. Chafe (Ed.), The Pear Stories: Cognitive, Cultural and Linguistic Aspects of Narrative Production (pp. 9-50). Norwood, New Jersey: Ablex Press. Chafe, W. (1987). Cognitive constraints on information flow. En R. Tomlin (Ed.), Coherence and Grounding in Discourse. Amsterdam: John Benjamins Press. Chafe, W. (1992). Prosodic and functional units of language. En J. Edwards & M. Lampert (Eds.), Talking Data: Transcription and Coding in Discourse Research. Hillsdale, New Jersey: Lawrence Erlbaum Associates. Cumming, S. (1984). The sentence in Chinese. Studies in Language, 8(3), 365-95. Du Bois, J. (1987b). The discourse basis or ergativity. Language, 63(4), 805-55. Fairclough, N. (1989). Language and Power. London: Longman. Fasold, R. (1990). Sociolinguistics of Language. Oxford: Blackwell. Figueroa, E. (1990). Sociolinguistic metatheory: an utterance based paradigm (PhD. Dissertation). Georgetown University. Foucault, M. (1982). Power/Knowledge: Selected Interviews and Other Writings by Michel Foucault, 1972-1977. New York: Pantheon. Fox, B., & Thompson, S. (1990). A discourse explanation of the grammar of relative clauses in English conversation. Language, 66(2), 297-316. Givón, T. (1979). On Understanding Grammar. New York: Academic Press. Goffman, E. (1974). Frame Analysis. New York: Harper and Row. Goffman, E. (1981a). Introduction. En Forms of Talk. Philadelphia: University of Pennsylvania Press. Goffman, E. (1981b). Replies and responses. En Forms of Talk. Philadelphia: University of Pennsylvania Press. Goodwin, C. (1979). Conversation Organization. New York: Academic Press. Grimes, J. (1975). The Thread of Discourse. The Hague: Mouton. Grimshaw, A. (1981). Language as Social Resource. Stanford University Press. Halliday, M. (1973). Explorations in the Functions of Language. London: Edward Arnold. Halliday, M., & Hassan, R. (1976). Cohesion in English. London: Longman. Harris, Z. (1951). Methods in Structural Linguistics. University of Chicago Press. Harris, R. (1980). The Language Makers. London: Duck worth. Harris, Z. (1988). Language and Information. New York: Columbia University Press. Harris R., & Taylor, T. (1991). Landmarks in Linguistic Thought. London: Routledge. Holker, K. (1989). Con and co: continuity and marqueurs in oral discourse. En M. Conte, J. Petofi & E. Sozer (Eds.), Text and Discourse Connectedness (pp. 83-92). Amsterdam/Philadelphia: John Benjamins Press. Hopper, P. (1987). Emergent grammar. En Proceedings of the Thirteenth Annual Meeting, Berkeley Linguistics Society (pp. 139-157). Berkeley Linguistics Society. Hopper, P. (1988). Emergent grammar and the a priori grammar postulate. En D. Tannen (Ed.), Linguistics in Context: Connecting Observations and Understanding (pp. 117-34). Norwood, NJ: Ablex Press. Hurford, J., & Heasley, B. (1983). Semantics: A Coursebook. Cambridge University Press. Hymes, D. (1961). Functions of speech: the evolutionary approach. En F. Gruber (Ed.), Anthropology and Education (pp. 55-83). Philadelphia University Press. Hymes, D. (1974b). Why linguistics needs the sociologist. En Foundations in Sociolinguistics: an Ethnographic Approach (pp. 69-82). Philadelphia: University of Pennsylvania Press. Jakobson, R. (1960). Closing statement: linguistics and poetics. En T. Sebeok (Ed.), Style in Language (pp. 350-77). Cambridge, MA: MIT Press. Jefferson, G. (1984). On the organization of laughter in talk about troubles. En J. Atkinson & J. Heritage (Eds.), Structures of Social Action: Studies in Conversation Analysis (pp. 346-69). Cambridge University Press. Kaplan, R., & Bresnan, J. (1982). Lexical-functional grammar: a formal system for grammatical representation. En J. Bresnan (Ed.), The Mental Representation of Grammatical Relations (pp. 173-281). Cambridge, MA: MIT Press. Keenan, E., & Schieffelin, B. (1976). Topics as a discourse notion. En C. Li & S. Thompson (Eds.), Subject and Topic (pp. 335-84). New York: Academic Press. Labov, W. (1966). On the grammaticality of everyday speech. Paper presented to the Linguistic Society of America. Labov, W. (1972a). The study of language in its social context. En Sociolinguistic Patterns (pp. 183-259). Philadelphia: University of Pennsylvania Press. Labov, W. (1972b). The transformation of experience in narrative syntax. En Language in the Inner City (pp. 354-96). Philadelphia: University of Pennsylvania Press. Leech, G. (1983). Principles of Pragmatics. London: Longman. Levi-Strauss, C. (1967). Structural Anthropology. New York: Anchor Books. Linde, C., & Labov, W. (1975). Spatial networks as a site for the study of language and thought. Language, 51, 924-39. Lyons, J. (1977). Semantics. Cambridge University Press. Matthiessen, C., & Thompson, S. (1987). The structure of discourse and “subordination”. ISI Reprint Series, 87-183. Newmeyer, F. (1983). Grammatical Theory. University of Chicago Press. Newmeyer, F. (1991). Functional explanation in linguistics and the origins of language. Language and Communication, 11(1/2), 3-28. Perlmutter, D. (Ed.). (1983). Studies in Relational Grammar. University of Chicago Press. Piaget, J. (1970). Structuralism. New York: Basic Books. Pike, K. (1967). Language in Relation to a Unified Theory of the Structure of Human Behavior. The Hague: Mouton. Polanyi, L. (1988). A formal model of the structure of discourse. Journal of Pragmatics, 12, 601-38. Prince, E. (1985). Fancy syntax and “shared knowledge”. Journal of Pragmatics, 9, 65-81. Schegloff, E. (1979a). The relevance of repair to syntax for conversation. En T. Givón (Ed.), Syntax and Semantics, 12: Discourse and Syntax (pp. 261-88). New York: Academic Press. Sherer, K., & Giles, H. (Ed.). (1979). Social Markers in Speech. Cambridge University Press. Schiffrin, D. (1987a). Discourse Markers. Cambridge University Press. Schiffrin, D. (1988a). Conversation analysis. En F. Newmayer (Ed.), Linguistics: The Cambridge Survey. Cambridge University Press. Schiffrin, D. (1988b). Sociolinguistic approaches to discourse: Topic and reference in narrative. En K. Ferrera et al. (Eds.), Linguistic Contact and Variation (pp. 251-76). Austin: University of Texas Press. Sells, P. (1985). Lectures on Contemporary Syntactic Theories. Stanford, CA: Center for the Study of Language and Information. Selting, M. (1992). Prosody in conversational questions. Journal of Pragmatics, 17(4), 315-45. Stubbs, M. (1983). Discourse Analysis. University of Chicago Press. Tannen, D. (1989). Talking Voices: Repetition, Dialogue, and Imagery in Conversational Discourse. Cambridge University Press. Taylor, T., & Cameron, D. (1987). Analyzing Conversation. New York: Pergamon Press. Thompson, S., & Mann, W. (1987). Rhetorical structure theory: a framework for the analysis of texts. Papers in Pragmatics, 1(1), 79-105. Van Dijk, T. (1985). Introduction: discourse as a new cross-discipline. En T. Van Dijk (Ed.), Handbook of Discourse Analysis, 1: Disciplines of Discourse (pp. 1-10). New York: Academic Press. Ward, G., & Hirschberg, J. (1991). A pragmatic account of tautological utterances. Journal of Pragmatics, 15, 207-20. [1]. La referencia al trabajo Mey et al. (1992), que aparece en el texto, no se consigna en la bibliografía general del libro. Con respecto a la obra de Prince (1986), que aparece citada en el artículo, el año no concuerda con el de la bibliografía (1985). Por otra parte, los nombres de los autores de la obra “Rhetorical structure theory: a framework for the analysis of texts”, Mann y Thompson (1987), aparecen invertidos y el año difiere (1988), por lo que no queda claro si se trata de la misma obra. |